¿Cuáles son los cuatro pilares insustituibles de una democracia en la doctrina clásica de las ciencias políticas? A saber: libertad de expresión, elecciones libres, universales y transparentes, Estado de derecho y respeto irrestricto a los derechos humanos. En los últimos años se incorporó un nuevo elemento imprescindible para la democracia de estos tiempos: debe ser sustantiva, superando lo meramente procedimental. Por tanto, no basta con una eventual legitimidad de origen, si no es capaz de sostener determinados valores sociales, de construcción colectiva, como el orden justo, la justicia social y el bienestar ciudadano, sin excepciones ni privilegios. Mirando estas descripciones bien detalladas, que no admiten sentidos equívocos, queda demostrado que Venezuela tiene un régimen autoritario, donde el disenso está penado, donde los referentes de la oposición pueden ser apresados sin órdenes judiciales y donde los medios críticos al Gobierno fueron clausurados o confiscados. Ha dilapidado su mayor riqueza natural –el petróleo– y el pueblo sufre las penurias de la pobreza, la falta de alimentos básicos y el temor constante de la represión. Mientras, las autoridades viven una vida suntuosa proveída por una corrupción galvanizada por la impunidad, puesto que los encargados de vigilar el cumplimiento de las leyes y el uso correcto de los recursos públicos son los mismos que las pervierten y roban descontroladamente.
Es tan delirantemente absurdo que algunos políticos y líderes sociales de nuestro país pretendan defender la dictadura de Nicolás Maduro. Sobre todo, cuando se trata de figuras que han enjuiciado severamente –y con justificada razón– el sistema despótico de Alfredo Stroessner. Pero ahora tratan de establecer una diferencia que no existe. Al contrario, son calcados ambos métodos de violación de los derechos humanos, de persecución a las cabezas de la oposición (y de cualquier ciudadano común que exprese su descontento) y del anticipado fraude electoral mediante un aparato disfrazado de legalidad, que responde a las órdenes de un presidente impuesto a la fuerza por los poderes fácticos que dominan el país caribeño. Probablemente el presidente más bruto –intelectual y moralmente– que haya sufrido la nación hermana. Con cada declaración pública se vuelve el hazmerreír del continente. Y, también, más allá de los mares.
La soledad internacional de Nicolás Maduro –acertado título de un diario colega– quedó patentizada con la ausencia total de los presidentes de Sudamérica. Le hicieron el vacío incluso aquellos que en el pasado tuvieron alguna afinidad ideológica con su antecesor, Hugo Rafael Chávez Frías, como el caso particular de Luiz Inácio Lula da Silva, de Brasil, o los nuevos, como Gustavo Petro, de Colombia, y Gabriel Boric, de Chile. Solamente asistieron dos exponentes de gobiernos autócratas: Daniel Ortega, de Nicaragua, y Miguel Díaz-Canel, de Cuba. Desde Europa llegaron declaraciones de repudio a este nuevo juramento, considerado ilegal por la mayoría de las naciones democráticas del mundo. Estados Unidos de América, todavía bajo la administración de Joe Biden, endureció sus políticas de presión sobre el régimen ofreciendo una recompensa de 25 millones de dólares por la captura de Maduro, acusado de diversos crímenes internacionales, entre ellos, distribución de cocaína, narcotráfico y corrupción. Mismo monto y con el mismo propósito para Diosdado Cabello, actual ministro del Interior, considerado el monje negro y el poder en la sombra en Venezuela. Por el brazo militar que mantiene a Maduro en la presidencia de la República, el general y ministro de Defensa, Vladimir Padrillo López, ofrece 15 millones de dólares.
A los enceguecidos y obtusos seguidores de Maduro en nuestro país es bueno recordarles que la trilogía de la “unidad granítica”, partido-Gobierno y Fuerzas Armadas, de la dictadura de Stroessner se replica con absoluta puntualidad en Venezuela. En este caso tenemos el Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV), el gobierno secuestrado por Maduro-Cabello-Padrillo y los militares responsables de uno de los mayores fraudes electorales presenciado en el mundo. El Consejo Nacional Electoral está absolutamente sometido al régimen. Aun así, tardó en dar los resultados ante la abrumadora derrota del oficialismo. A tal punto que precisó de varios días para maquillar los guarismos a favor de Maduro, aunque nunca exhibió las actas electorales. Solo la irracionalidad que nace de los ideologismos fanáticos y decadentes puede justificar tamaña barbarie, creando falsas ideas y juicios para intentar ocultar una penosa cuan contundente realidad: una dictadura sin atenuantes.
Nuestro país tomó la sabia decisión de romper relaciones con Venezuela, reconociendo como legítimo presidente al señor Edmundo González. Maduro está cada vez más solo. Lastimosamente, en pleno siglo XXI, algunas dictaduras todavía tardan en retroceder. Nosotros somos los mejores testigos de que la democracia, aunque a veces tarda, siempre llega.