La fórmula es vieja. Hartamente repe­tida. De tan trillada ha perdido todo prestigio y credibilidad. Porque hasta el menos avispado se ha per­catado de que está compuesta de mala fe, más una reforzada dosis de premeditadas false­dades (errores conscientes) y sesgos mani­puladores de la realidad. La cuestión es sim­ple: se minimiza o directamente se ignora la buena gestión de los enemigos y se resaltan en mayúsculas sus deficiencias –ciertas o inven­tadas– con el exclusivo ánimo de la detracción y la descalificación. El asunto es socavar las estructuras del poder, en este caso político, a fin de posicionarse sobre un montículo de patrañas y verdades falsificadas ante la inca­pacidad de ganar altura por méritos propios. Sus únicos adeptos son los que ya estaban con ellos, habida cuenta que son también segui­dores de sus aliados partidarios (una fracción interna de la Asociación Nacional Republi­cana). Y creen y difunden las mentiras con pretensiones de hechos indubitables porque están cegados por el fanatismo que deviene de la ignorancia (que les impide discernir) y la complicidad en maniobras turbias en con­tra del Estado en un pasado reciente. Son los cultores del periodismo maniqueísta. Los que todavía creen que las mentes pueden ser colo­nizadas desde el aparato propagandístico, a partir de una polaridad artificiosa y sin con­tenido. Sus falaces protagonistas todavía no aprendieron que estamos ante la presencia de un público que empezó a madurar, aunque todavía falta mucho para alcanzar su estado ideal, y que sabe escudriñar, interpretar y ubi­car en un contexto cada mensaje disparado desde estos medios de comunicación.

Desde sus malintencionadas opiniones tratan de construir un relato a su conveniencia para crear animadversión hacia los objetos de sus inquinas y malquerencias. Sus simples pun­tos de vista pretenden convertirlos en irrefu­tables certezas desde una narrativa armada a la medida de sus intereses. Sofisma puro: un razonamiento falso con apariencias de verdad. Ni aun en las sociedades cerradas –que lamen­tablemente en pleno siglo XXI todavía exis­ten– se pudo obstaculizar que la información trascienda todas las barreras, rompa todos los compartimentos, hasta llegar a su destinata­rio final. Sería como aspirar a enjaular al viento. La tecnología, con su lado oscuro, inclusive, fue un gran soporte para democratizar el conoci­miento y visibilizar un hecho desde una pers­pectiva plural. Pero, naturalmente, hay que aprender a deshacernos de las pelusas que pue­dan bloquear una visión clara de la realidad. Y esa es una técnica que la sociedad está asimi­lando en cursos acelerados: empieza a clasificar las publicaciones en verdades evidentes, menti­ras obscenas y situaciones que precisan de una previa verificación. Con la misma rapidez que se extiende un bulo empieza la réplica de quie­nes conocen las debilidades de los hechos adul­terados o fabulados con el afán de defender la verdad, sobre todo, en temas de gran relevancia para un país o para el mundo. Están –una regla tan vieja como la fórmula anunciada al inicio de este escrito– los que se quedarán con la primera impresión, pero lo hacen porque es en lo que ellos eligieron creer, no porque esa sea la ver­dad, sino por una razón más sencilla: es lo que les beneficia.

A Santiago Peña dos grandes corporaciones mediáticas lo apalearon antes de que asuma el gobierno. No había ministro que llenara sus expectativas. Probablemente tenían sus pro­pios candidatos a nombrar –vaya uno a saber– o pretendían hacer un paralelismo con el “brillante” gabinete del exmandatario Mario Abdo Benítez. Por eso han callado hasta hoy los más grandes actos de latrocinio del pro­pio expresidente de la República y de su círculo de confianza, que han atracado al Estado en el momento más crítico para nuestra nación y la humanidad: la pandemia originada por el covid-19. Insistimos una vez más: la angurria de estos miserables propició 20.000 muertes, miles de las cuales pudieran haberse evitado con hones­tidad, previsión, capacidad y patriotismo. Pero nada de eso hubo durante esos meses trágicos; solo relució el afán de lucro de esta partida de canallas, que más temprano que tarde serán alcanzados por la mano larga de la Justicia.

Así se entiende esta táctica de la distracción, también de antigua data en las estrategias de la comunicación: nada de lo que haga Peña será bien visto por estos medios y sus cómpli­ces políticos. Ni el índice de crecimiento eco­nómico, ni los buenos augurios de las agencias internacionales para el año 2025, ni el aumento del ingreso per cápita, ni el decomiso y destruc­ción de drogas en cifras récords, ni el anuncio de construcción de grandes hospitales en ciu­dades del interior, eternamente marginadas, ni las rutas entre pueblos olvidados. Nada de esto resalta en estos medios: todo tiene su “pero”. Hay que minimizar los grandes logros, tratar de opacarlos. Están convencidos de que ese es el camino para el retorno de los buitres que se ali­mentaron de las entrañas de la patria. La socie­dad sana no les va a permitir.

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