La administración del presidente de la Repú­blica, Santiago Peña, con el apoyo de una mayoría democrática en el Congreso, tuvo que enfrentar diversos desafíos en la economía nacional. El Gobierno no solo tuvo que lidiar ante un escenario internacional inesta­ble como la caída de los precios de los commodities, sino también en el orden interno corrigió errores de la administración anterior que habían puesto en zozobra la estabi­lidad de las finanzas públicas como también del orden monetario.

La hoja de ruta del presidente San­tiago Peña fue transparente y sin claudicaciones. Consistió en ofre­cer ese necesario ambiente de pre­decibilidad para que con medi­das claras se envíen señales de incentivos a los mercados. Es así que a días de terminar el 2024 se observa que el déficit fiscal que venía siendo un inconveniente, a la fecha está siendo corregido.

Se redujo el déficit muy cerca a lo establecido en la Ley de Respon­sabilidad Fiscal descuidada en el anterior gobierno. La caída del déficit para colocarlo a menos de 3 por ciento del producto interno bruto (PIB) fue un paso impor­tante porque de ese modo se está señalando la necesidad igual­mente de contar con una meta de inflación anual de menos del 4 por ciento.

Para comprender mejor lo arriba señalado, esto es, la sostenibilidad fiscal como la estabilidad moneta­ria, resulta necesario que más allá de la especialización técnica nece­saria para la toma de decisiones gubernamentales, en realidad lo que más importa es cómo la gente lo entiende y de qué manera les afecta su vida diaria.

Si solo se apelara a explicar con el rigor del tecnicismo la impor­tancia que tiene la sostenibilidad fiscal como la estabilidad mone­taria probablemente no se estaría aportando esa necesaria cuota de comunicación para que la gente de la calle lo entienda como cues­tiones que afectan directamente a su presente y al futuro de sus familias.

En efecto, la sostenibilidad fiscal significa que el malgasto así como gastar más no pueden ser acepta­dos si se pretende elevar el creci­miento de la economía y mejorar los salarios reales.

Lo que se recauda ahora está en correcta aplicación, así también cuando la inflación empieza a bajar significa que los precios de los pro­ductos no son afectados por su alza generalizada sino más bien por las elementales reglas de la oferta y la demanda por el cual ciertamente pueden subir los precios, pero eso no significa que nos encontremos ante un proceso inflacionario que daña en particular a los que cuen­tan con menores ingresos.

Si a lo antedicho sumamos el cre­cimiento del PIB sin el boom de los precios de los commodities, el grado de inversión que atrae capitales así como la financia­ción de obras de infraestructura de impacto positivo adosadas con políticas sociales de aten­ción a los sectores vulnerables para no dejar excluidos a los que menos tienen, pues entonces deci­mos sin equívocos que culmina el año anunciando un período de bonanza para el país donde nues­tros compatriotas, sin exclusión alguna, serán beneficiados.

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