Alguna vez, Chapadmalal deberá alcanzar la resonancia mágica de Comala, de Juan Rulfo; o Macondo, de Gabriel García Márquez. Porque en los misteriosos pasillos de esa localidad perteneciente al partido de General Pueyrredón, provincia de Buenos Aires, vagaba el espíritu errabundo de Augusto Roa Bastos tratando de reencontrarse con una de sus tres bibliotecas desaparecidas, allá por 1980, en igual cantidad de exilios. Y fue nuestro Premio Cervantes el que le mostró al novio de la socióloga Celina Brítez varias bolsas de libros que tenían destino de destrucción.

Y el extraño paquete viajó hasta Comandante Nicanor Otamendi, la casa de la familia Brítez, donde sus integrantes empezaron a descubrir ese incalculable tesoro de nuestro eximio novelista. Y decidieron hacer lo correcto: devolver cada texto a sus legítimos dueños, los herederos de Roa, quienes, a su vez, consideraron que ese legado forma parte del patrimonio cultural del Paraguay. Porque, como diría nuestro escritor mayor, sería una enorme contribución para escribir el libro que escriben los pueblos.

Nada fue por casualidad. Entre aquella biblioteca de Roa ubicaron obras que fueron su fuente de consulta para escribir “Yo el Supremo”, de cuya primera publicación se cumplen cincuenta años en este 2024 que está concluyendo. Esa misma coincidencia de extraordinarios descubrimientos, en consonancia con fechas conmemorativas igualmente extraordinarias, volvió a repetirse en estos días. En un gesto que honra la memoria del gran músico compatriota, Carlos Lara Bareiro, su hijo Alejandro había decidido que las pertenencias de su padre, especialmente libros y partituras, pasaran a formar parte del acervo de la Casa Bicentenario de la Música Agustín Pío Barrios, dirigida por el maestro Diego Sánchez Haase.

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Dicho museo y sede de eventos relacionados con su área de competencia forma parte del Centro Cultural de la República El Cabildo, dependiente del Congreso de la Nación. Y en la última entrega de los archivos de Lara Bareiro se encontraron partituras originales de José Asunción Flores, a saber: partitura autógrafa de “Choli”, orquestada por el autor; partitura de “Ahendu nde sapukái”, del mismo Flores; partitura autógrafa de “Choli”, orquestada por Carlos Lara Bareiro, y partituras autógrafas de obras de Luis Cañete y Severo Rodas. Dichos documentos fueron cedidos para su estudio, digitalización y resguardo.

Igual que Roa por Chapadmalal, el espíritu de José Asunción Flores estuvo deambulando entre nosotros en las últimas semanas. La guarania fue declarada Patrimonio Cultural Intangible de la Humanidad por la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco). Y el año próximo se celebrará el centenario de la creación de este género musical que identifica el alma de nuestro pueblo, hecho que debe movilizar a toda la sociedad paraguaya, más allá de los intereses sectoriales y partidarios, para que sea una fiesta popular que trascienda los espacios cerrados para ganar la multitudinaria alegría de las calles. Que sea una fiesta de y para la gente, con José Asunción Flores como abanderado.

Nadie tiene derecho a permanecer indiferente a este acontecimiento. Será de obligación moral que todos pongamos nuestro aporte para que podamos reencontrarnos con una de nuestras raíces culturales más emblemática, revalorizando la memoria de aquellas figuras que dieron todo por el país, desde el doloroso exilio, como el caso de Flores, sin pedir nada a cambio. Solo soñaban con días de libertad, democracia y prosperidad para los desterrados en su propia tierra.

Las partituras de José Asunción Flores que ahora fueron encontradas es el mejor augurio de que el año 2025 estará marcado por festejos de gran trascendencia, que deberán unir a todas las familias paraguayas en la conmemoración del centenario de la guarania y de impostergable homenaje a su creador y a todos aquellos que transitaron con igual dignidad y categoría por el mismo derrotero. Definitivamente, tenemos mucho para celebrar.

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