Nunca el cinismo (desvergüenza en el mentir, descaro, obscenidad) ni la hipocresía (fingimiento de cuali­dades o sentimientos contrarios a los que verdaderamente se tienen o experimen­tan) rayaron tan alto en el periodismo que tiene como único norte agredir al actual gobierno en grado de enemigo, con la más miserable desho­nestidad que, en el fondo, no es sino una forma de sombrilla para tratar de cubrir su compli­cidad con la administración de Mario Abdo Benítez, plagada de la más impúdica corrup­ción, mediocridad y privilegios a su círculo más íntimo, incluyendo a los medios de comu­nicación que hoy se erigen en sus más férreos defensores. No hay nada nuevo en esta nuestra aldea, donde la medianía se presenta con poses de intelectualidad y consumados deshonestos. Hoy, a la luz pública, pretenden dictar cáte­dra de ética y de moral, un insulto para todos aquellos que tienen dos dedos de frente. Hay que desviar la atención a como dé lugar de las atrocidades cometidas en contra de las arcas del Tesoro de su antiguo compañero de ruta y a quien, ahora, desesperadamente, ambicionan reflotar como el político providencial que habrá de designar sucesor para retornar a los tiempos en que, juntos, eran muy felices dilapidando los bienes del Estado mediante generosos avisajes o millonarios contratos.

Pueden rasgarse toda la vestidura que quieran y golpear sus sandalias pretendiendo dejar atrás el polvo de la connivencia con el latrocinio, pero nada podrán hacer para desvirtuar las pruebas abrumadoras que, al respecto, se van amonto­nando. Y, seguramente, con una investigación más a fondo, seguirán saliendo más elemen­tos de incriminación para que la opinión ciu­dadana sepa a quiénes están viendo, leyendo o escuchando todos los días. Nunca fueron lo que quisieron aparentar. Pero el fingimiento de la “prensa libre e independiente” no es el camino, sino asumir con responsabilidad y coraje el lado partidario –y dentro del partido, aclarar el movimiento interno– detrás del cual están parapetados.

Los grandes medios de todo el mundo lo hacen. Hoy mismo es posible verificar esa situación en los Estados Unidos de América, donde los candidatos demócratas y republica­nos tienen respaldo de grandes corporaciones mediáticas. Así, a los nuestros solo les basta­ría aceptar lo que toda la sociedad ya sabe y ter­minar con este perverso juego de que solo les interesa “la verdad”, cuando es bien visible que únicamente se preocupan por sus intereses, especialmente empresariales. Y sus periodis­tas “estrellas” bailan al ritmo de las eventuales ganancias y utilidades de sus patrones, siendo útiles –es un decir– al provecho que disfrutarán otros, no precisamente ellos, salvo las migajas porcentuales de aquella época de abundantes espacios pagados por empresas públicas y enti­dades binacionales. Y nada más.

Las cadenas periodísticas de los Zuccolillo y Vierci han dado un giro copernicano en su visión de las organizaciones no gubernamenta­les (ONG). Después de denunciar que la Comi­sión Conjunta de Investigación de Hechos Punibles de Lavado de Activos contra el Patri­monio del Estado, Contrabando y otros Delitos Conexos, de carácter transitorio, es utilizada como “garrote” en contra de estas entidades “sin fines de lucro” (supuestamente); ahora resulta que –había sido– habría que investigar a una de ellas: la perteneciente a la esposa del senador Gustavo Leite; mientras, alegremente, liberan de pena y culpa a todas las demás. Y lo hacen dedicándole las más catastróficas tapas, llenando sus espacios radiales y televisivos –al grado extremo de contumaz toxicidad– con su acostumbrado sesgo (des)informativo. Pero nada, absolutamente nada, de las otras oene­gés cuyas actividades nunca fueron muy claras, ni en su funcionamiento ni en el origen de los recursos que reciben, ni el destino que les die­ron a tales dineros.

La ONG ligada a la esposa del senador colorado deberá aclarar sus actividades pertinentes. Sin embargo, las demás se resisten a que sus mane­jos se investiguen, alegando que son organiza­ciones civiles que “apuestan a la democracia, a generar conciencia cívica y a promover la tras­parencia”. Lo que, a más de cinismo e hipocresía, tiene un fuerte condimento de ironía. El mismo entusiasmo de sabueso rabioso que ponen las cadenas mediáticas de los personajes ya mencio­nados deberían aplicar para esclarecer la admi­nistración de estas sociedades que disponen de millonarios recursos, algunas de ellas ligadas a políticos que juegan su partido –directa o indi­rectamente– en cada elección, ya sean muni­cipales o nacionales. Nada tendrían que temer los que no tienen nada que ocultar. Es más, para que adquieran credibilidad deberían rea­lizar audiencias públicas para explicar en qué y cómo gastaron esa plata. Porque, a juzgar por los resultados, repetimos lo que ya subrayamos hace una semana: su misión ha concluido, hasta el momento, en el más rotundo fracaso. Puesto que no hace falta ser adivino para percatarse de que todos sus esfuerzos apuntan a la derrota del partido oficialista. Un esfuerzo que no ha dado fruto alguno. Salvo, claro, para sus directivos.

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