Coincidente con el inicio del proceso de la transición democrática, los propie­tarios de los dos diarios más antiguos de nuestro país, que luego se converti­rían en la cabecera de puente donde desembar­carían sus respectivas corporaciones mediáti­cas, han utilizado el periodismo como garrote en contra de sus enemigos políticos y comerciales. Una de estas corporaciones es propiedad de la familia Zuccolillo (Aldo, su fundador, y Natalia, su heredera), en tanto que la otra, que es su her­mana menor, empezó un poco más tarde, cuando se apoderó de ella Antonio J. Vierci, aumen­tando las presiones extorsivas hacia los blancos de sus ataques despiadados. En muchos casos ni siquiera hubo certeza de las denuncias ni se corroboraban las fuentes; bastaba –y aún basta– el rumor o, incluso, las patrañas (noticias inven­tadas) que fabrican las afiebradas mentes de sus periodistas, quienes con infamantes mentiras tratan de construir una narrativa, válidos única­mente de una perversa y mediocre imaginación que en nada concuerda con la realidad.

La cuestión es instalar y consolidar en la concien­cia del público un relato articulado desde el sesgo, la mala fe y las presunciones que son presentadas como verdades irrefutables. Los grandes repor­tajes y las investigaciones fueron suplantados por gigantescos bulos o fantasiosas historias que no se compadecen de los hechos verificables. No importa que mañana el miserable humo negro se disipe, el daño ya está hecho, porque un sector de la sociedad se habrá quedado con la errónea impresión provocada por estas pútridas e ines­crupulosas campañas que no tienen ninguna intención de llegar al fondo real de la cuestión, sino de esparcir infundios sin sustentos proba­torios ni relaciones lógicas. Aunque ese porcen­taje es cada vez menos, porque nuestra gente es mansa y noble, pero no estúpida. Sabe distinguir una información veraz de la que se fragua en el cubículo de los intereses empresariales, que casi siempre están ligados –y fuertemente atados– a las coyunturas políticas.

Y aunque ni ellos creen en sus propias calum­nias y falacias, pretenden que los otros lo hagan mediante el uso irresponsable e inmoral de las tapas de los diarios, las pantallas de televisión y los micrófonos de las radios, asaltados por ener­gúmenos sedientos de fama, liliputienses menta­les y frustrados intelectuales que son incapaces de crear una sola frase original. Si no son ciega­mente fanáticos, que vomitan una incontinencia de irracionalidades y grotescas deformaciones de la realidad, son impúdicamente chabacanos, guarangos y vulgares (ninguno de estos adjeti­vos resultará redundante para calificar a estos impostores de la prensa que vienen deshonrando desde hace años esta profesión reservada a los hombres y mujeres de carácter, con ética, predi­camento e incuestionables virtudes). No son la verdad ni la justicia ni lo correcto sus innegocia­bles metas, sino la preservación de los negocios de sus patrones y sus favoritismos políticos, sin que ninguno se anime a reclamar el imperativo moral de su misión ni la rectificación de sus bas­tardos objetivos y torcidos rumbos.

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Como expresa aquel conocido aforismo, “el ladrón juzga por su condición”, apenas se habló de la posibilidad de constituir una “Comisión Conjunta de Investigaciones de carácter tran­sitorio para la investigación de hechos puni­bles de lavado de activos contra el patrimonio del Estado, contrabando y otros delitos”, las dos cadenas mediáticas se pusieron de acuerdo para rebautizarla “comisión garrote”, en un intento por deslegitimar sus funciones, trabajo y propó­sitos que están contemplados en la propia Cons­titución Nacional. Que supuestamente tiene como único fin “perseguir a las organizaciones no gubernamentales y a la prensa crítica”. Una “prensa crítica” que padeció de afonía y careció de vergüenza durante los cinco años que duró el desgobierno, improvisado, corrupto y cacha­faz de Mario Abdo Benítez. Cuando eso blandie­ron el garrote mediático en contra de la ahora exfiscala General del Estado, de fiscales, jue­ces y políticos integrantes de Honor Colorado, movimiento interno de la Asociación Nacional Republicana. Con el más despreciable descaro no ahorraron en tintas negras de impresión ni en grasientos salivazos, ambicionando –vana­mente, por cierto– impactar en los enemigos de los propietarios de sus medios, siguiendo ins­trucciones o, simplemente, tratando de congra­ciarse con sus patrones de turno.

Para que nuestros lectores vean, apenas se instaló la mencionada Comisión Conjunta de Investigaciones del Congreso de la Nación, sus integrantes fueron brutalmente hostigados desde esos medios. Si su investigación es seria, si no está manipulada ni deja resquicios lega­les para una duda razonable, siempre estare­mos de acuerdo. Con un breve agregado: que no obvien a sus cómplices políticos que sí saquea­ron al Estado y sobre cuyos delitos existen claras pruebas y documentaciones incontrastables. En nuestras páginas las hemos exhibido reiterada­mente y en abundancia. Estas acepciones solo vienen a confirmar lo que dijimos al principio: para estos personajes, dueños de las citadas cor­poraciones mediáticas y sus trabajadores alca­huetes, el periodismo es un garrote para intimi­dar, amedrentar, extorsionar y chantajear a sus enemigos. Convirtieron a sus medios en una vul­gar pieza de coacciones o, según el caso, de inter­cambio de favores. El descrédito alcanzó sus más bajos estándares. Aunque siguen autoengañados con un fabricado rating (como si fuera sinónimo de calidad y excelencia) y una presunta fama de la que se pavonean, sin que nunca hayan alcan­zado niveles de creatividad, talento y rigor inte­lectual. Solamente les queda el garrote del bruto troglodita.

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