Nuestra política rompe todos los esquemas y estructuras de la lógica y la filosofía, que se encargan de sistematizar conceptos, ordenamientos, funciones y competencias desde que asumió el carácter de ciencia a partir del libro de Aristóteles con el mismo nombre de esta disciplina humana abarcadora y de la cual nadie puede escaparse, aunque se declare sin adscripción partidaria o ideológica. Desde la instalación de la mediocridad como medida para elaborar todas las aberraciones semánticas y justificar las acciones más contradictorias, que marcan el andar de la incoherencia y el cinismo, ya hemos superado el viejo estigma de que somos el país donde las teorías fijaron el lugar para su última morada. Aquí mueren sin antes siquiera desarrollar su existencia.
Ahora subimos un escalón más: creamos nuestras propias y antojadizas reglas e interpretaciones jurídicas sin más valores ni razones que las determinadas por el interés particular o sectario, esto es, un fanatismo radicalizado como arma para destruir al otro sin escuchar la solvencia de los argumentos. Apuntan a un objetivo sin que les importe la destrucción o manipulación de las instituciones ni el daño provocado a la sociedad en general, muchas veces atenazada por el bombardeo de informaciones que son bastardeadas a propósito. Es decir, para que en medio de esas tolvaneras encontradas no se pueda alcanzar a ver la verdad. Pero sus efectos son efímeros, porque, a la larga, la luminosidad de los hechos expuestos sin interferencias ni contaminaciones termina por imponerse.
Ya hemos vivido el mismo cuadro en innumerables representaciones durante el gobierno de Mario Abdo Benítez (2018-2023), una cartelera repetida que bajó de escena por la escasa concurrencia del público. Solo asistían aquellos que tenían el mismo libreto de la esperpéntica obra. Sin embargo, ayudados por algunas cadenas mediáticas, pretendieron dar carácter universal a un minúsculo espectáculo que, repetimos, agonizó irremediablemente por inanición ante la falta de sustentos racionales.
Hay que admitir, no obstante, la tenacidad de estos mismos actores (políticos y periodistas) para volver a martillar sobre el mismo yunque, variando simplemente el tema a ser golpeado (aunque infructuosamente), sin cambiar el blanco ni los protagonistas de sus pretensiones a pulverizar, también sin éxito alguno. Han llevado sus fracasos, de tumbo en tumbo. Fracasos que incrementan los niveles de sus frustraciones y resentimientos. No son los líderes con predicamentos que pensaron que eran, ni sus medios de comunicación aliados gozan de la credibilidad de la que se ufanan en un pequeño círculo de autocomplacencia y elogios mutuos.
La aureola de “intelectuales” de la que se pavoneaba la oposición hace rato quedó deslucida y oxidada porque en cada intervención, tanto en el pleno de las cámaras de Senadores o Diputados, como en declaraciones periodísticas, su nivel discursivo se agota en su propia inconsistencia y en sus mediocres premisas que presumen de sentencia infalible. Más que nada, algunos liberales que piensan que corre sangre azul europea en sus venas (una jactancia que ya dura más de cien años) y referentes de la izquierda (al menos así se autoproclaman) que se creen los propietarios de la lucidez y el rigor intelectual.
Ninguno pasa de la vara de la medianía. Solo lo que ellos plantean es lo correcto, bueno y justo; mientras que las propuestas de los representantes de la Asociación Nacional Republicana (salvo el sector que responde a sus mismas espurias intenciones) son condenadas anticipadamente de “inmoral y mala fe”. Así está pasando con la Comisión Conjunta de Investigaciones de carácter transitorio para la investigación de hechos punibles de lavado de activos contra el patrimonio del Estado, contrabando y otros delitos, porque, según el diario vocero de la oposición, que se puso el sayo antes de tiempo, es “un escudo bajo el cual pretenden investigar al banco Atlas, propiedad del Grupo Zuccolillo, propietario del diario Abc Color, en un claro mensaje a la prensa crítica” (sic).
No se puede inventar un caso de la nada, sin pruebas. Y la heredera de Aldo Zuccolillo lo sabe perfectamente, porque puso su periódico al servicio de los enemigos de un sector interno del Partido Colorado con el desesperado deseo de destruirlos mediante patrañas, infamias y calumnias. Y fallaron estrepitosamente. Así que nada tiene que temer, sino solo a la verdad.
Ahora disparan para cualquier lado. La senadora del Partido Liberal Radical Auténtico (PLRA) Celeste Amarilla afirmó que esta “comisión carece de legitimidad”, probablemente sin haber leído la definición del concepto, mucho menos hojear textos de ciencias políticas en cuanto a sus significados genérico y específico. Aunque no haya consenso (que suele ser más aspiración que realidad), prevaleció la mayoría para su constitución; por lo tanto, la impugnación deviene absolutamente tendenciosa.
Aquí no hubo utilización de la fuerza para imponer un criterio. Los esperpentos de su colega Rafael Filizzola (Partido Democrático Progresista-PDP) no merecen consideración seria. La diputada del Partido País Solidario (PPS), Johana Ortega, ametralló hacia otro lado, asegurando que dicha comisión se conformó para “el blanqueo y lavado de rostro”. Tantas “sesudas” opiniones ratifican que estamos reescribiendo los tratados sobre política con total desprecio de la razón, la filosofía, la reflexión y la cordura. La misma mediocridad les une; el mismo odio les consume.