La política es una actividad permanente, consecuente y públicamente asumida. No es un entretenimiento de fines de semana o una ocupación para cubrir los espacios que deja el ocio o el deleite. O una aventura o contingencia para probar fortuna en el ejercicio democrático de dirimir las diferencias por el camino de las urnas. Hacemos esta introducción porque algunos, una vez alcanzados por el desencanto electoral, vuelven al lugar de donde salieron sin ánimo de continuar la lucha.
Abrumados por la decepción en el primer intento, quedan desnudados en su falta de vocación para conquistar el poder. La frustración por el traspiés y la soberbia para no aceptar la derrota ante aquellos que eran considerados “intelectual y moralmente inferiores” los conminan al abandono del ruedo de las disputas por el favor ciudadano y retornan a su hábitat anterior y sus negocios cotidianos. Aquí cabe una necesaria disgregación: no siempre es el bien común el que motiva a ciertos dirigentes para continuar en la brega, sino su incontenible cuan insaciable ambición de lucrar a costas del Estado, como un estilo constante del buen vivir basado en la inmoralidad y la corrupción. Es por ello que es preciso diferenciar a los verdaderos líderes que apuestan al bienestar colectivo y los presupuestívoros que solo anhelan utilizar los recursos públicos para provecho propio, de sus familiares y, a veces, de su círculo más íntimo. Son los que se hacen llamar los “profesionales de la política”, cuando que, a la luz de los hechos, solo son profesionales del latrocinio y dueños de una compulsiva angurria. Efectuada la aclaración, sigamos adelante.
El presidente de la Junta de Gobierno de la Asociación Nacional Republicana y exmandatario, Horacio Cartes, afirmó este último fin de semana: “Como nunca estoy convencido de que ya no es hora de hablar de movimientos, ahora todo es coloradismo, más nada”. De las palabras del líder de la agrupación interna Honor Colorado inferimos que, lejos de inducir a un quietismo político, estaba reclamando a la clase dirigente que no recurra a un prematuro electoralismo –moverse únicamente por razones electorales– y que pueda obstaculizar la gestión del presidente Santiago Peña. La dirigencia de base, estando su fracción en el poder o en el llano, tradicionalmente se caracterizó por constituirse en un agente comunitario o nexo entre sus conciudadanos –sin considerar su afiliación– y las autoridades de turno. No todos, obviamente, porque no son pocos los que solo miran a la política como una escalera de ascensión económica y no como una vocación de servicio, exigiendo cargos acordes a su investidura partidaria. Estos, definitivamente, nunca entendieron el sentido y la trascendencia de esta actividad envolvente fundamentada en un valor ético insustituible: la búsqueda incesante del bien común o, en términos más sencillos, una vida más digna para todos a partir del modelo humanista y cristiano de la justicia social. O lo entendieron y prefirieron el atajo de la ilicitud y el enriquecimiento fácil, deshonrando los cargos que les fueron conferidos por la voluntad popular dentro del partido.
Es bueno, por tanto, a la luz de lo explicado en líneas precedentes, diferenciar la política como actividad permanente y el simple y precipitado electoralismo que tiene como único propósito acceder al poder y nunca el bienestar general y el progreso del país. No tienen más intereses que el poder –repetimos– porque el poder trae consigo intereses que son groseramente manipulados para rodearse de privilegios, prebendas y canonjías, mientras el pueblo se hunde en el desamparo, el atraso y la pobreza, con los consecuentes déficits en salud, educación, empleo, infraestructura y seguridad.
Al presidente de la República, Santiago Peña, ni siquiera le dieron el beneficio de los cien días, al contrario, desde los cien días anteriores a que asuma el cargo ya intentaron acorralarlo con furibundas críticas, muchas de ellas totalmente infundadas, uniéndose en esta campaña sus adversarios políticos –internos y externos– y los medios de comunicación que se confabularon con su silencio cómplice ante la corrupción del anterior gobierno. De ahí que el pedido del titular de la Junta de Gobierno del Partido Colorado adquiere relevancias que van desde la necesaria gobernabilidad –factor imprescindible para la inversión social y el desarrollo económico inclusivo y sostenible– hasta las chances mejoradas de cara a las próximas elecciones, tanto municipales como nacionales, pasando por la ansiada paz social y la reafirmación de la institucionalidad democrática. Es, en este contexto, que interpretamos el único y real sentido del mensaje que el presidente del mencionado partido envió a sus correligionarios de las diferentes facciones internas: un electoralismo en pausa para gobernar en provecho de toda la población.