La repetición es la mejor vitamina con­tra el olvido. Esta frase solemos uti­lizar con frecuencia, precisamente para evitar que se perpetúe la creen­cia generalizada de que somos un pueblo de memoria corta o recuerdos frágiles. La preten­sión de sepultar el pasado –antiguo y reciente– con mentiras, datos fraguados y estadísti­cas maquilladas con perversos fines políticos, también se martilla con igual intensidad, por lo cual nuestra afirmación inicial adquiere mayor trascendencia y validez. El gobierno de Mario Abdo Benítez, quien ejerció el poder en el periodo 2018-2023, jamás podrá sacudirse de su responsabilidad histórica por la muerte de 20.000 personas durante la crisis sanitaria provocada por el covid-19. Ni él ni sus colabora­dores más cercanos. Tampoco los propietarios del Partido Democrático Progresista (PDP), quienes ubicaron a sus leales en puestos clave de la administración del Estado, con el único propósito de armar un descabellado cuan infa­mante informe en contra de sus enemigos polí­ticos internos de la Asociación Nacional Repu­blicana (ANR), mientras las aves de rapiñas se apoderaban del país.

Uno de los pocos aliados que permanece al lado del exmandatario, el diputado Mauricio Espí­nola, corcoveó recientemente porque el presi­dente Santiago Peña, en su primer informe al Congreso de la Nación, hizo referencia a la des­carriada y corrupta administración de su ante­cesor. Alegó el parlamentario –en un frustrado intento de ironía, porque se disparó por la culata– que en el actual círculo gubernamental se padece de “maritomanía”. Dos aclaraciones puntuales: una, bien les gustaría a los secua­ces de la peor desgracia que tuvo el Paraguay en las últimas décadas que se olvidaran del jefe de la caterva de maleantes y sus más alevosos hechos de latrocinio, y, dos, durante los cinco años que duró el mandato de Abdo Benítez no pasó un solo acto oficial sin que descargara su odio, rencor y resentimiento hacia su oponente mayor: el líder del movimiento Honor Colo­rado. Hasta llegó a declarar que no fue conve­niente que el Partido Colorado ya volviera al poder en 2013; que hubiera pasado un tiempo más en la llanura. Al parecer, a juzgar por sus propias palabras, su frustración mayor es que no fue el artífice de la recuperación del poder después de la derrota del 20 de abril de 2008. Luego descerrajó toda su amargura en contra de Santiago Peña, con las más ruines descali­ficaciones, que se prolongó hasta las eleccio­nes generales del 30 de abril de 2023, con su patológico deseo de que pierda el candidato republicano, afirmando durante una entre­vista a France 24 que “el Partido Colorado vive un momento trágico”. Solo faltó que pidiera públicamente el voto para el representante de la opositora Concertación Nacional, Efraín Alegre.

Mario Abdo Benítez nació bajo el signo de la omnipotencia. Del poder de las botas aplas­tando a la sociedad. El pueblo no olvida cuando, restregándose sarcásticamente las manos, le respondió: “¡Uyyy, qué miedo!” a una dirigente sindical, quien le había adver­tido que no concluiría su periodo si continuaba con ese mismo tranco de improvisaciones e insensibilidad social. Y el despectivo trato a un señor que suplicaba por medicamentos para su pariente agonizante, con una expresión que lo retrata por completo y para siempre: “Moõpio che aikuaáta”. Miles de vidas pudieron haberse salvado si no fuera por su descarriada ambi­ción de robar todo lo que se pueda en el menor tiempo posible. Los recursos que tenían que haberse destinado para amortiguar los efectos de la pandemia fueron desviados para engrosar patrimonios privados, mientras la gente moría en los pasillos de los hospitales por falta de oxí­geno. Sí, de oxígeno. Finalmente, el covid-19 actuó como ola depredadora causando estragos en el país: 20.000 muertos. Un verdadero geno­cidio del cual son autores Marito y su círculo de consumados ladrones del Tesoro.

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La inutilidad de aquel gobierno ya se evidenció a finales de 2019 con un crecimiento econó­mico cero (0) y, de yapa, con el déficit fiscal tre­pando al 3% del producto interno bruto (PIB), superando el límite de 1,5 % establecido en la Ley de Responsabilidad Fiscal. Abdo Benítez (h) se había empecinado en mantener en su cargo a funcionarios ineptos, voraces e ines­crupulosos. Hubo atrocidades administrativas en varios ministerios, con licitaciones y adju­dicaciones a la medida. Mientras, un nutrido coro de aduladores mediáticos se deshacía en elogios hacia el Gobierno y optaba por igno­rar el descalabro hacía el cual estaba condu­ciendo el país. Como ya dijimos varias veces: esta podredumbre no podrá ser tapada para siempre.

El actual presidente de la República se ha comprometido con una lucha frontal con­tra la corrupción a partir de la instalación de un equipo multidisciplinario y la coordina­ción interpoderes. Y el mejor regalo que puede hacerle a la sufrida población –al cumplirse un año de su mandato el próximo 15 de agosto– es denunciar formalmente a quienes se enrique­cieron o aumentaron sus espurias fortunas a costa del Estado, la muerte de 20.000 personas y el sufrimiento de miles de humildes fami­lias que fueron condenadas a la pobreza y la pobreza extrema. Será justicia.

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