En este primer año del actual Congreso Nacional y a 11 meses de instalarse el nuevo gobierno, todavía no hemos visto ni escuchado un solo proyecto político sólido, contundente y con futuro que haya presentado o tomado como bandera la oposición. Se pasan cacareando alrededor de cuantas iniciativas parlamentarias de sus adversarios políticos como del ejecu­tivo, totalmente desmoralizados en su mayoría al criticar prácticas que caracterizan a muchos de los líderes de los diferentes partidos y con cues­tionamientos vacíos de propuestas.

En la oposición se convirtieron en porristas de los medios de comunica­ción que durante cinco años le hicie­ron el aguante al gobierno de Mario Abdo Benítez. El día que manifies­ten pensamientos cuerdos, pulidos de meras opiniones obstaculizadoras, dejarán de aparecer en las páginas y en las pantallas de los que ahora le dan un poco de visibilidad a ciertos y muy cuestionados políticos de la oposición.

La última gran manifestación de indignación es contra el proyecto de ley de control y transparencia a las organizaciones no gubernamenta­les (ONG), con media sanción, apro­bada en el Senado el pasado lunes 8 de julio. Formaron fila para fustigar la propuesta, los disparos verbales se enfocaban en comparaciones retró­gradas con la dictadura, hundiéndose todos al mismo tiempo por la lamen­table intervención que tuvieron y que el país presenció por los diferentes medios.

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La posición que adoptaron en el Senado algunos impresentables mal llamados de la oposición, porque el rol que tienen no es de opositor, sino de pillos boicoteadores, fue decepcio­nante. Sin argumentos concretos y el discurso de querer instalar la transpa­rencia como una suerte de espionaje, de pyraguereato (sistema de informa­ción con fines dictatoriales) los ridicu­lizó más a los que tomaron el micró­fono en una perceptible situación de desesperación, principalmente aque­llos que se favorecieron con contratos gracias a organismos multilaterales.

Es que visto está, lastimosamente, que varias de las grandes corporacio­nes de oenegés son laboratorios donde se cranean candidaturas, integradas por varios aspirantes que no son capa­ces de crear sus partidos y se arropan con estas organizaciones que resultan en casos más alevosos un engaño para quienes creen que son de servicio y que se constituyen en la voz del ciuda­dano común.

Este hecho de oponerse por oponerse y por salvar a ciertos grupos de sin­vergüenzas descubiertos como verda­deros chupasangres del Estado es la miserable tarea que hoy le da un poco de oxígeno y espacio mediático a la ali­caída oposición.

Se van a estrellar una vez más, que­daron evidenciados que solo buscan incidentar. La ciudadanía entiende perfectamente que es muy necesaria la transparencia en todas las activida­des que involucren al Estado o giren en torno a él.

Harán el coro por algunas semanas, aprovecharán el ruido articulado por sus medios amigos y volverán a las cenizas. Esta es la realidad que se viene repitiendo para el escuálido grupo de opositores.

Arremetieron contra la Ley de Super­intendencia y no pudieron rebatir los argumentos expuestos para la norma­tiva. Cacarearon contra Hambre Cero, pero el proyecto genera más entu­siasmo de lo pensado.

Un país cuyo gobierno está cimentado en la democracia requiere de partidos de oposición fuertes, coherentes, pero con los referentes actuales lejos está la misión de auditor y contrapeso.

La ciudadanía no se merece tanto escándalo por el solo hecho de poner palo en la rueda y desacreditar al Gobierno. La gente tiene el derecho de contar con autoridades serias, respon­sables en sus actos y no protagonistas del absurdo que confunden con sus gritos sin contenido.

La oposición debería dejar de preocu­parse en demasía por el Partido Colo­rado, de seguirlo como si fueran papa­razzis, y honrar en algo la confianza de los cada vez menos votantes, presen­tando proyectos que resulten benefi­ciosos para toda la población.

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