Desde hace un tiempo, un sector de la sociedad paraguaya incorporó una tradición que no es genuinamente nuestra: la de intentar destruir o mancillar el talento y la honorabilidad de los demás por razones ideológicas, partidarias, por inquinas personales o, simplemente, por ese vicio tan perturbador como es la envidia. Perturbador para quien lleva dentro de sí esa gangrena que corroe su propia alma. Y que ansía desesperadamente inocular con su veneno a la mayor cantidad posible de público para que haga coro en esa campaña inflamada de odio, rencor y malicia.

Como cuando la extenuada luciérnaga perseguida por la serpiente se detiene y le pregunta: “¿Qué hice para que quieras devorarme?”. Y la respuesta es la que mejor describe a estos cuestionados personajes de nuestra época: “Porque no soporto verte brillar”. Es el panorama exacto de cuanto aconteció en los días previos a la designación del compatriota Diego Moreno Rodríguez Alcalá como juez de la Corte Interamericana de Derechos Humanos (Corte IDH). Es el primer paraguayo en ejercer dicho cargo. No es un dato menor: el primero. Un fenomenal currículum le antecede, así como una demostrada capacidad intelectual al frente de la cátedra universitaria y una incuestionable probidad en su vida privada.

Sus críticos de un “panel independiente” (tan farsesco como hipócrita), quienes se autoadjudicaron el título de “expertos” en el sistema de derechos humanos, pusieron en tela de juicio la independencia y la experiencia en la materia del que, en ese momento, aún no pasaba de la condición de aspirante a integrar dicho tribunal internacional. Hicieron lo imposible para impedirlo con la ayuda –¡cuándo no!– de las corporaciones mediáticas que solo encuentran errores, defectos y puntos oscuros en la actual administración del Estado.

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Y como el candidato fue propuesto por el presidente de la República, Santiago Peña, empezó a funcionar la pesada maquinaria que ambiciona obstaculizar y pulverizar –si cabe la ocasión– cualquier iniciativa de este gobierno. Pero se impuso la excelencia a la mezquindad que define a los mediocres por 16 votos del total de 22 países. El mayor puntuado entre los otros elegidos.

A exigencias de una mayor claridad, hacemos en este apartado algunas especificaciones necesarias que guardan relación con los párrafos que anteceden. En primer lugar, lo referente a que estas prácticas de menoscabar la capacidad del otro no es una tradición genuinamente nuestra. Y aquí van algunos ejemplos: El elogio del doctor Blas Manuel Garay Argaña, republicano, a José de la Cruz Ayala, liberal, de quien lamentó su tempranera muerte privando al país de su genio literario. Casi en esos mismos términos se refirió Manuel Gondra ante la muerte de Garay, quien, además, fue engrandecido por otro adversario político, el doctor Justo Pastor Benítez.

El talento y la inteligencia eran admirados por encima de los colores partidarios. Derrotaban los egoísmos y sublimaban las diferencias. Y, en segundo lugar, cuando mencionaban al “panel independiente”, debemos subrayar que dicho agregado es el principio de la deshonestidad intelectual, porque ninguno de sus integrantes estaba libre de prejuicios y de sesgos cromáticos en el momento de emitir sus evaluaciones. Con estos rasgos se desacreditan a sí mismos para ampararse en la condición de “expertos”. Porque un verdadero experto debe sobrellevar profesionalmente sus simpatías y preferencias personales. Y superarlas con suficiente autoridad moral.

El doctor Diego Moreno fue el foco de controversias en esos días por el solo hecho de ser hijo de José Antonio Moreno Ruffinelli y hermano de Roberto Moreno, quien se desempeña como asesor jurídico de la Presidencia de la República. Lo que no consideraron sus detractores fue la inmediata reacción de quienes, contrariamente a los “panelistas”, estaban convencidos de las aptitudes del entonces postulante paraguayo a la Corte IDH.

Quizás la que resonó más fuerte, porque ni siquiera es de la Asociación Nacional Republicana (ANR), fue la voz del catedrático Mario Ramos Reyes, doctor en Derecho y doctor en Filosofía, y profesor titular de la Universidad de Kansas, Estados Unidos, uno de los intelectuales más sólidos del que podemos enorgullecernos. En su cuenta de X, escribió: “Diego Moreno es uno de los intelectuales más ilustres de nuestro país. Doctorado en Salamanca y maestría en Columbia. Multilingüe y catedrático. Un lujo para el país”. Y el golpe final provino de las dos universidades más representativas del Paraguay, que respaldaron su candidatura: la Universidad Nacional de Asunción y la Universidad Católica Nuestra Señora de la Asunción. Al terminar la jornada, triunfaron la razón, la excelencia y hasta el sentido común. Una pena la escena protagonizada por quienes solo reconocen méritos a personas de su propio y estrecho círculo egoísta y mezquino.

Etiquetas: #editorial

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