En 1846, el anarquista francés Pierre-Joseph Proudhon publica su polémico libro “Sistema de las contradicciones económicas o filosofía de la miseria”, en el que no solamente critica fuertemente al comunismo desde su visión del mutualismo, sino que, también, descalifica la palabra “comunidad” y coloca a la mujer en un plano de absoluta inferioridad intelectual y moral. La obra desata una demoledora respuesta llena de sarcasmos de Karl Marx (alemán de origen judío) en su “La miseria de la filosofía” (1847) que, también, ha tenido sus detractores por considerar que algunas de sus descalificaciones fueron injustas. Con el tiempo, el primer texto ya solo sirve de referencia, en tanto que el segundo forma parte de los trabajos capitales de su autor (Marx). Estas citas no tienen por razón instruir un juicio crítico sobre estas obras específicas, sino tomarlas como partida –por simple analogía de los títulos– de lo que hoy estamos viviendo en el mundo de los medios de comunicación en nuestro país. Se ha degradado la profesión, de origen noble a la categoría del panfleto por inquinas personales, enemistades políticas o ambiciones empresariales. Se ha descendido a la miserabilidad más infame.
Lo más trágico es que los protagonistas de los órganos corporativos asumen su papel con cínica naturalidad, liberados de cualquier aguijón de la conciencia que pudiera importunar su deshonroso trayecto de ruindades, vilezas y rencores, de supurantes maldades que apuntan al corazón mismo de la verdad. Nada les conmueve, nada les inmuta, nada perturba sus mentes infestadas por el fanatismo que obnubila y el odio que impide reflexionar con criterios de racionalidad. Con perversa manipulación y destemplado ahínco pretenden instalar la imagen de que todas las penurias económicas, las precarias infraestructuras en las escuelas y hospitales, las obras que ya debieron estar concluidas y siguen sin terminar, el drama de la falta de insumos y medicamentos en los centros de atención especializados de la salud, son atribuibles con exclusividad a un gobierno que tomó la posta recién el 15 de agosto del año pasado, es decir, hace seis meses y algunos días. El propio presidente de la República, Santiago Peña, ha reconocido estas deudas del Estado con la sociedad paraguaya, especialmente con los sectores más vulnerables. Y habla del Estado como entidad permanente, diferenciándolo de los gobiernos transitorios, como el que estuvo los últimos cinco años y que ha dejado como herencia maldita un país devastado económica, moral e institucionalmente.
Con esta patética campaña solo vienen a confirmar lo que ya dijimos al principio: estamos ante la miseria de un periodismo que ha extraviado la brújula de su misión. Es que en la oscuridad que provoca la ojeriza hacia el enemigo, que, al mismo tiempo, aborrece la verdad y la virtud de decir la verdad, es imposible visualizar esa aguja magnética que guía y orienta la recta conducta de quienes eligieron el camino de informar con veracidad, de criticar con fundamentos de certeza lógica y de marcar una línea editorial con la ecuanimidad que reclama esta profesión. Pero nada de eso vemos en los medios que tenemos al otro lado de la vereda. Todos sus enfoques sesgados son urdidos con clara predisposición a engañar al público, trastrocando las atrocidades generadas por el pasado reciente en responsabilidad del presente, para exonerar al exmandatario Mario Abdo Benítez y su séquito de mediocres y ladrones de los bienes y recursos del Estado. Aclaremos, sin embargo, pertinentemente el concepto: el presente es responsabilidad del actual gobierno en el sentido de que Santiago Peña tendrá que corregir estas deformidades administrativas heredadas del anterior gobierno. Pero no es su culpa. En esa tergiversación abierta se han empecinado los medios de comunicación enemigos del actual presidente. Enemigos en su más arraigada y cruda definición: “Persona que tiene mala voluntad a otra y le desea (o hace) el mal”. No existe forma de disimular que esa es la enfermiza motivación de quienes cotidianamente procuran minar la gestión del jefe de Estado al punto de la aniquilación total y final.
El primer día de clases del ciclo lectivo 2024 es de antología. Le enrostraron al presidente Peña lo que Abdo Benítez no hizo en los últimos cinco años. Peña, repetimos, está en el cargo desde hace seis meses. El informe de uno de los diarios locales, hace exactamente un año atrás (21 de febrero de 2023), era lapidario: “La infraestructura es deficitaria, la alimentación (escolar) no alcanza para todos los estudiantes ni para todos los días de clases, y en algunas instituciones se rechazan nuevos alumnos por falta de aulas y de rubros docentes”. Cuando eso, el caballo de Marito ya había perdido las internas de la Asociación Nacional Republicana. Empezaban a “descubrir” errores para perjudicar al candidato colorado para las generales del 30 de abril de 2023. Todo tiene su explicación. Este deplorable paisaje debió ser cotejado con el inicio del periodo escolar 2025 para evaluar los cambios. Si los hubo o no. Ahora el título debió ser, honestamente: “Peña debe enfrentar las secuelas de un gobierno improvisado, ineficaz e inepto”. Pero eso no sería noticia ni respondería a los verdaderos propósitos de sus enemigos mediáticos. Un solo punto para graficar esta miserabilidad con grado de metástasis: decían hace un año que “la alimentación escolar era insuficiente”, y ahora que se proyecta el programa “Hambre cero en las escuelas” están haciendo lo imposible para que siga siendo insuficiente. Cuando un medio se subordina al odio y al rencor, su credibilidad mengua irremediablemente. Y ahí, sí, hasta su aniquilación total y final.