La salud y la educación son dos de los principales aspectos de la realidad que hay que cambiar de manera cualitativa en nuestro país. La salud, porque involucra directamente a la vida y porque sin ella no se puede recibir educación ni existir de manera honorable, es una de las prioridades de mayor trascendencia. Los servicios de salud pública en cualquier sociedad son de vital importancia, pues si no funcionan adecuadamente, se corre el peligro de tener una comunidad enferma y enclenque.
Si bien en los últimos años se ha avanzado en mejorar la atención y el cuidado de la gente, si uno visita hoy los centros asistenciales y escucha el llanto y las quejas de los pacientes y familiares podemos percatarnos que estamos todavía muy lejos del punto óptimo. En cualquier sociedad relativamente equilibrada los centros asistenciales médicos no son la antesala del cementerio a donde van a parar las personas que ingresaron a sus dependencias. Antes bien son el punto donde se construye una vida sana, en que se recuperan los enfermos para volver al trabajo y la vida normal. Y cuanto más apartados estén los centros médicos de brindar la recuperación de la salud de los pacientes, más lejos se está de servir adecuadamente al país y su gente.
Suele ocurrir que cuando uno va a un hospital público a visitar a algún enfermo, generalmente sale también con algún dolor, el que produce en el ánimo de la gente las precariedades materiales y humanas que son muy fuertes en esas instituciones construidas para sanar la enfermedad y calmar el dolor. Son realidades muy dolientes y difíciles de entender, que no tendrían que continuar en esa gravedad. Así como hay que calmar el dolor en los hospitales, es necesario sanar a la salud pública del país.
Es lo que le pasó el lunes último al presidente Santiago Peña cuando fue a visitar el centro asistencial del Estado de mayor envergadura en el país, el Hospital Nacional. En su recorrido por la institución sanitaria no solo observó a los pacientes y a los parientes de los enfermos, sino también las precariedades físicas y las deficiencias de diversa índole.
El mandatario terminó la cita acusando el síndrome del visitante del hospital público paraguayo, el suplicio de ver tantas precariedades como marco de la situación de muchos pacientes en medio de su padecimiento. Como nadie puede ser testigo de tanta aflicción sin sentir pena, reaccionó fuertemente hablando de la necesidad de encarar los problemas de la salud.
“Vinimos esta mañana al Hospital Nacional de Itauguá, el hospital nacional de referencia, el hospital más grande que tiene el Paraguay, un hospital que fue construido hace un poco más de 30 años, y que claramente hoy está sobrepasado por una población que ha crecido, por una complejidad de salud pública que se ha vuelto más difícil”, señaló.
Mencionó que estuvieron recorriendo con las autoridades del ramo y resaltó que está comprometido a cambiar la realidad que encontraron. “Si no podemos cambiar esto, no vamos a poder cambiar nada en el Paraguay”, sentenció.
Prometió que desde el Gobierno se realizarán intervenciones inmediatas para mejorar la atención y el servicio de la salud pública. Incluso hizo la promesa de que se van a encarar todas las acciones para construir un nuevo hospital de referencia. Apuntó que en el sitio hay 60 hectáreas de terreno donde se podrían levantar las nuevas dependencias sanitarias para una mejor atención a los pacientes.
La tarea de construir un Paraguay mejor para los paraguayos no es simple. Porque la realidad que afecta a la sociedad requiere, en primer lugar, asegurar la salud de los que vivimos aquí. Porque por más que crezca la economía y mejoren las finanzas, el bienestar solo se podrá conseguir realizando grandes inversiones sanitarias.
Para esta operación no se necesitará solo dinero, sino la conciencia cabal de la realidad, saber exactamente la dimensión del problema, ver a cuánta gente afecta y en qué medida la está golpeando.
La preocupación del mandatario es legítima y tiene que ser acompañada por las fuerzas vivas. Es urgente y necesario invertir mucho más en la salud pública para que el progreso pueda tener una fuerte repercusión positiva en la vida de la gente.