Hoy acontece la mayor expre­sión popular del país con la manifestación de cientos de miles de personas en torno a la festividad de la Virgen de Caacupé. En la fecha la Iglesia católica recuerda la inmaculada concepción de María, la madre de Cristo, por lo que la feligresía se acerca en masa movida por sus creen­cias cristianas a la capital cordillerana. Y aunque la motivación original es de índole religiosa, la congregación multitudina­ria abarca los sentimientos más amplios de la sociedad paraguaya que se expresan yendo físicamente hasta ese santuario.

Tal vez algunos puedan cuestionar que la gente se mueva detrás de la imagen de una mujer de extracción humilde que vivió hace más de 2000 años en la lejana Naza­reth, que, curiosamente está vestida con oropeles, como una reina, llena de alhajas y collares de oro, lejos de la realidad que vivió. Y dirán que se parece mucho a un fetichismo religioso, cercano a la idola­tría. Pero es el homenaje de la gente que así expresa su amor y reconocimiento a la madre de Jesús, el Cristo, el centro de las religiones cristianas, especialmente del catolicismo al que pertenece la mayoría de la población de nuestro país.

Interpretando ese sentimiento popular, el papa Francisco, cuando estuvo en el san­tuario de Caacupé, en julio de 2015, había dicho: “Venimos acá, al santuario de Caa­cupé, porque sabemos que alguien nos espera”.

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Había reconocido que el santuario es un lugar de fiesta, de encuentro, de fami­lia. Y había resumido las motivaciones de los peregrinos señalando que: “Venimos a presentar nuestras necesidades, veni­mos a agradecer, a pedir perdón y a volver a empezar. Cuántos bautismos, cuán­tas vocaciones sacerdotales y religiosas, cuántos noviazgos y matrimonios nacie­ron a los pies de nuestra Madre. Cuántas lágrimas y despedidas. Venimos siempre con nuestra vida, porque acá se está en casa y lo mejor es saber que alguien nos espera”. Es difícil sintetizar mejor lo que acontece en Caacupé que estas expresio­nes de Francisco.

¿Por qué la gente va a Caacupé?

Para el papa, los feligreses van a ese san­tuario porque se sienten comprendidos. Pueden sentarse a rezar en un lenguaje común y contarle a la Virgen las situacio­nes de su existencia porque ella las com­prende.

“Y todo esto lo sabemos por el evangelio, pero también sabemos que, en esta tierra, es la Madre que ha estado a nuestro lado en tantas situaciones difíciles. Este san­tuario guarda, atesora, la memoria de un pueblo que sabe que María es Madre y que ha estado y está al lado de sus hijos”, había resaltado.

Refiriéndose a la historia de nuestro pue­blo, el sumo pontífice había tenido pala­bras muy elocuentes sobre la importancia de la fe en la vida paraguaya: “Este san­tuario guarda, atesora, la memoria de un pueblo que sabe que María es Madre y que ha estado y está al lado de sus hijos”.

Dirigiéndose a las mujeres, había dicho: “Ustedes tienen la memoria, ustedes tie­nen la genética de aquellas que reconstru­yeron la vida, la fe, la dignidad de su pueblo, junto a María. Han vivido situaciones muy, pero muy difíciles, que desde una lógica común sería contraria a toda fe. Uste­des, al contrario, impulsadas y sostenidas por la Virgen, siguieron creyentes, inclu­sive ‘esperando contra toda esperanza’. Y cuando todo parecía derrumbarse, junto a María se decían: No temamos, el Señor está con nosotros, está con nuestro pueblo, con nuestras familias, hagamos lo que Él nos diga. Y allí encontraron ayer y encuen­tran hoy la fuerza para no dejar que esta tierra se desmadre. Dios bendiga ese tesón, Dios bendiga y aliente la fe de ustedes, Dios bendiga a la mujer paraguaya, la más glo­riosa de América”.

Las palabras del papa Francisco seña­lan que la devoción a la Madre de Cristo es uno de los puntos centrales del senti­miento de los paraguayos. Esa apreciación explica en gran medida las expresiones y la vida de buena parte de la población nacional. Acaso muchas cosas de su con­ducta no podrían entenderse si no se tiene en cuenta esa realidad.

Por ello nada más cierto que las expresio­nes del pontífice que señalan que los pere­grinos recurren al santuario de la Virgen de Caacupé porque saben que allí alguien los está esperando.

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