La mala fe, en su acepción más práctica y sencilla de comprender, es un acto de malicia (actitud encubierta para beneficiarse en algo o perjudicar a alguien), falta de rectitud y una deliberada intención de engañar.
Las cadenas mediáticas que aún no aceptan su derrota en las urnas (porque actuaron como voceras y propagandistas de bien identificados candidatos) ahora están poniendo en marcha la estrategia del teruteru. Ponen sus huevos en un lugar, mientras la vocinglería de los aliados de Mario Abdo Benítez retumba en otro lado. Estamos contestes de que todos los hechos de corrupción merecen la denuncia pública, la repulsa ciudadana y las medidas correctivas de los gobiernos de turno, por más mínimos que sean. Así como estamos de acuerdo también en que cada medio, especialmente los diarios, tienen la soberana potestad de darles el trato y los espacios que sus propietarios decidan.
Pero en esa decisión es cuando se rompe los límites del buen periodismo, su sentido ético y el compromiso de que la libertad de expresión se concrete en el derecho del pueblo a estar correctamente informado. Porque, cuando la información se disecciona con el bisturí de la manipulación, el pueblo recibe una información sesgada que, igualmente, podría provocar un juicio del mismo tenor. No obstante, mediante la fuerte presencia de medios contrarios a estos desleales propósitos para destruir la verdad, más la incontenible afluencia de las redes sociales, se incorporaron otros insumos para el veredicto final. Quienes subestimaron la capacidad del ciudadano de inferir conclusiones mediante el uso de la razón discernidora siguen sin aprender la lección que les dejó el pasado 30 de abril.
Pero reconocemos su derecho de permanecer en su terquedad, mezquindad e ignominiosa ambición de proteger a sus corruptos. La cuestión, como diría Manuel Domínguez, no es con nosotros.Reiterando que cualquier inconducta, ilícito o antecedentes personales que son cuestionables para ocupar un cargo merecen ser publicados, sin embargo, lo criticable es la trascendencia o la minimización que se realizan de los hechos de acuerdo con la simpatía o aversión que tienen hacia los personajes aludidos. Porque no es lo mismo la condición de un consejero de cualquier institución que los monumentales robos perpetrados durante la administración anterior que, hasta ahora, solo ha merecido el repudiable silencio de las empresas periodísticas lideradas, por un lado, por Natalia Zuccolillo y, por el otro, por Antonio J. Vierci. Silencio en cuanto a los grandes responsables.
Sin ir más lejos, los manotazos inescrupulosos a los recursos que debieron ser destinados a combatir el covid-19 son perfectamente identificables: el expresidente de la República y su medio hermano, entonces ministro de Hacienda, Benigno López. Sin olvidar a quien fungía entonces de ministro de Salud Pública y Bienestar Social, Julio Mazzoleni. La cuestión es tan evidente como miserable, que ya no engañan a nadie. Hay que gritar en otro lado para desviar la atención de los huevos podridos de la corrupción que dejaron como herencia Marito y su círculo áulico. Con especial énfasis en los desmadres cometidos en las entidades binacionales Itaipú y Yacyretá. Lo más cínico que hemos presenciado es que ahora pretenden dictar cátedra de lo que hay que hacer, cuando que nunca lo hicieron cuando tenían el poder para hacerlo.
Como acertadamente lo expresara un legislador del Partido Colorado, la monstruosa corrupción en el Instituto de Previsión Social es apenas la punta del iceberg. Lo que se encuentra debajo de la superficie puede hundir a muchos. Sus consecuencias pueden arrastrar a numerosas personas. Incluso a aquellas que pregonan la moral política, pero se inclinan por el descarado saqueo a los recursos del Estado. Lo hicieron durante toda su vida. Y la ciudadanía los conoce. Legisladores, algunos, que tienen el hábito execrable de estar al lado del oficialismo si responden a sus pedidos; y en contra, en posición de chantaje, cuando se niegan a sus reclamos prebendarios y clientelares.
Es que en los últimos cinco años la corrupción inficionó en grado de metástasis todas las instituciones del Estado. Pareciera que a las cadenas mediáticas mencionadas estos fétidos olores de la descomposición moral no les incomoda cuando se trata de sus amigos. Entonces, deben tirar todas sus escatológicas informaciones hacia otro lado. Como el teruteru para distraer la atención. Vieja práctica fascista que recogieron del estronismo. Censurar las noticias que afectan a los amigos y cómplices y agrandar aquellas que puedan perjudicar a los enemigos. Es lo que dijimos al principio: mala fe y malicia, con la premeditada intención de engañar, aunque ya no engañan a nadie.