La ola de hechos delictivos que fue ganando territorio en los últi­mos años, la desconfianza rei­nante en la población a causa de ello, con la gravedad de que salieron a la luz nombres de varios uniformados des­cubiertos en inconductas, hechos puni­bles, urge que, además de los planes ini­ciales del nuevo gobierno en el combate a la criminalidad, se inicie una profunda investigación para sanear la institución mediante intervenciones tácticas y admi­nistrativas.

El Estado, es decir la ciudadanía en gene­ral, debe volver a creer en la Policía Nacio­nal como en todos los organismos de segu­ridad, algunos más desmoralizados que otros, que hoy se da a causa de la corrup­ción arraigada en sus filas.

Ya sufrimos demasiado en los últimos años por la inseguridad galopante. Veni­mos de un periodo gubernamental en el que la delincuencia no dio tregua, sin un día que los noticieros muestren robos, hurtos, asaltos, etc.

A medida que la criminalidad fue ganando terreno, lastimosamente se viene eviden­ciando debilidades en la fuerza de orden y seguridad interior abandonada en recur­sos, y también se fue destapando el estado de descomposición dentro de las institu­ciones rectoras.

Este gobierno arrancó con una serie de intimidaciones por parte de una delin­cuencia que pareciera estar buscando deslegitimar la nueva administración en connivencia con propios uniformados que desde las filas policiales actúan en contra del rol de la institución de prote­ger la vida y la seguridad de los habitantes. Este hecho no se puede permitir y ame­rita urgentes acciones para desbaratar la rosca de infractores con placa que fungen de policías, pero lastimosamente son ver­daderos bandidos que boicotean el trabajo del Estado.

En los últimos tiempos, de manera más frecuente recibimos noticias sobre poli­cías en carrera que, seguramente con el guiño de algunos jefes, se dedican más a labores delictivas que de seguridad.

El último hecho más escandaloso fue el montaje de secuestro en la ciudad de Luque que involucró a 5 policías que fue­ron imputados por privación ilegítima de libertad, asociación criminal y robo agra­vado. Al momento de ser descubiertos sal­taron más antecedentes arrastrados, pero llamativamente el currículum de los mis­mos estaba muy bien resguardado, mien­tras los mismos continuaban en tareas operativas.

A lo mencionado antecedió el caso de un asalto a mano armada en el que fue aba­tido el atracador y resultó que el ladrón era un policía, ocurrió en Mbuyapey, depar­tamento de Paraguarí. Una seguidilla de episodios delincuenciales tenía como protagonistas a propios uniformados que fueron favoreciendo a los marginales, es así que varios asaltos callejeros en los que desplumaron a las víctimas son denuncia­dos y atribuidos a quienes debieran prote­gernos.

Violencia intrafamiliar, maltrato y abuso de poder, robos, complicidad en tenencia de sustancias prohibidas, etc., son tristes realidades que salpican a nuestros funcio­narios de la Policía. Solo este año, sin con­tar con los seguramente protegidos en sus filas, 25 uniformados de la fuerza interna de seguridad han sido separados por dife­rentes inconductas, según los reportes institucionales.

El último excomandante de la Policía había mencionado una semana antes del cambio de gobierno que existen unos 800 procesos administrativos a uniformados por diferentes faltas.

La situación es preocupante, se torna muy necesaria realizar una radiografía a toda la estructura de la Policía y de ser posi­ble a todos los organismos de seguridad y del orden. No podemos olvidar que tuvi­mos un ministro del Interior con conexio­nes de un sindicado narcotraficante y este tipo de vínculos dejan secuelas muy fuer­tes que pudieran continuar manteniendo tentáculos ocultos, circunstancias con las que no podemos seguir desprevenidos en soluciones.

Las autoridades pertinentes deben iniciar sin lugar a duda profundas investigaciones para extirpar el cáncer de la delincuencia de los organismos del orden y la seguridad para así dar lugar a políticas que resguar­den el bienestar de la colectividad.

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