Determinación. Coherencia. Inteli­gencia racional. Actitud de estadista. En las últimas horas el electo presi­dente de la República, Santiago Peña, ha demostrado la autonomía que sus enemigos, políticos y mediáticos, le quieren negar. Ante las desacertadas declaraciones de quien fuera desig­nado para asumir el próximo 15 de agosto el cargo de ministro de Salud Pública y Bienestar Social, no dudó en informar a la sociedad que, debido a esa circunstancia, decidió revocar su nominación. En el mismo comunicado, el próximo mandata­rio aseguró que desde esta institución sustancial para una mejor calidad de vida de la ciudadanía se tendrá una gestión sensible y humana.

Un gesto aplaudido por propios y extraños. Antes de lo esperado, antes de ejercer sus funciones al frente del Poder Ejecutivo, ya empieza a marcar subra­yadas diferencias con su predecesor, quien a pesar de las fundadas críticas a varios de sus colabora­dores, prefirió mantenerlos en sus puestos por soberbia y capricho. Peña pudo hacer lo mismo. Argumentar decenas de excusas, desde interpre­taciones fuera de contexto hasta impericia con­ceptual, pasando por errores de buena fe o que es una posición personal, pero que no tendrá inci­dencia en la política global del Estado. No. Optó por enviar un mensaje fulminante a todos los que estarán a su lado en los siguientes cinco años en que tendrá la enorme responsabilidad de admi­nistrar el país. Esa es la señal que la gente estaba esperando, en algunos casos para elevar el nivel de confianza hacia su gobierno y, en otros, para des­articular el escepticismo de quienes ya no creen en las promesas políticas y, de paso, golpear en el hígado a los ventajeros de siempre cuya única posibilidad de encumbramiento es el fracaso de su adversario.

La congruencia entre la prédica electoral y la prác­tica pública es otro paso gigantesco que separará a Santiago Peña de Mario Abdo Benítez, conforme puede percibirse con esta resolución de raíz, cuya aspiración es eliminar por completo cualquier duda hacia dónde apuntará la brújula de la gestión gubernamental. Y, más que nada, para desmon­tar las patrañas que armaron desde el oficialismo para cuestionar y condenar su identidad doctrina­ria. Una identidad doctrinaria, la del partido que nació como Nacional Republicano, que fue bastar­deada y deshonrada por las autoridades salientes, priorizando su codicia y desenfrenada ambición de riquezas por encima de la vocación social y huma­nista de la asociación política fundada por el héroe de la Guerra Grande, general Bernardino Caba­llero.

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Durante los últimos cinco años, por poner un ejemplo, quienes ya empezaron a enjabonar el piso sobre el cual transitará Peña demostraron una absoluta insensibilidad y un despótico desprecio hacia el sufrimiento de los pacientes oncológicos y sus familiares que se movilizaban y suplicaban por medicamentos que sistemáticamente les eran negados. El que ya fuera rebautizado Santi por el lenguaje del pueblo, está visto: hará totalmente lo contrario, obrando conforme a su conciencia de hombre de bien y de buena voluntad.

Santiago Peña llega al poder en representación de la Asociación Nacional Republicana. Sus pro­gramas históricos, partiendo de aquella que le dio origen el 11 de setiembre de 1887, mantienen vigentes sus ejes centrales de articulación social y reivindicación de las clases excluidas por injustas estructuras económicas. Por ello permanece inal­terable la urgencia de dignificar a los campesinos “mediante leyes sabias y protectoras” (protección que distancia al coloradismo del Estado gendarme concebido por la doctrina liberal), promoviendo, además, “toda reforma que tienda a operar un cambio benéfico en nuestra situación económica y en el bienestar moral y material del pueblo”.

Esa expresión “leyes sabias y protectoras”, escri­bía un intelectual republicano, ya anticipa lo que más adelante se conocería como “justicia social”. Definitivamente, a pesar de la empecinada cam­paña de desacreditar la trayectoria de la ANR, dentro de este partido hubo verdaderos liderazgos que tenían la visión de los vigías de largo alcance. Nosotros solo tomamos evidencias de la verdad histórica. Nada más.

Estamos convencidos de que Santiago Peña reto­mará ese lugar (el de visionario vigía) en lo más alto de la nave del Estado. Que tendrá una mirada amplia e inclusiva que abarcará las diferentes aristas, incluso las más pequeñas, para gobernar. Porque, a pesar de sus detractores que todavía están rumiando su derrota, tiene una sólida for­mación académica y un recorrido de experiencia en la administración pública, en sus puntos más neurálgicos, como el Ministerio de Hacienda y el Banco Central del Paraguay. Sabe que las obras de infraestructura no se agotan en rutas y puentes, como lo hizo el todavía presidente, para benefi­ciar a su propia empresa y a su grupo de empre­sarios amigos, sino que se extienden a escuelas, hospitales, buen funcionamiento de los servicios de electricidad y universalización de la provisión de agua potable. Aspectos en los que Abdo Benítez y su equipo se aplazaron rotundamente. Las pre­carias condiciones en que se encuentran cientos de locales escolares es la muestra más evidente y lapidaria de que los niños y jóvenes nunca fueron prioridad de este gobierno.

Santiago Peña, repetimos, está enviando señales inconfundibles a la sociedad. Su mensaje es claro, firme y contundente. De ahí que se fortalece nues­tra esperanza en que vivir mejor en los años por venir es una expectativa cierta y creíble.

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