Tal como se ha optado, incluso con niveles de resis­tencia inicial, a la opción que mejor representaba una educación centrada en la persona humana y en su promoción social a la designación de Luis Fernando Ramírez, la iniciativa del presidente entrante de dejar un gesto de firmeza a la hora de cuestionar la posición de un potencial colaborador suyo, el presidente electo Santiago Peña da un gesto de liderazgo considerable.

Si bien es cierto que las expresiones de un ministro designado puede o no representar una intención negativa, no se trata de eso, sino de la repre­sentación de sus expresiones y esto vale analizarlo desde la posición que ocupan los secretarios de Estado en la estructura del Poder Ejecutivo.

En rigor lo primero y principal es que el único representante electo por la voluntad popular para ejercer el Poder Ejecutivo es el presidente de la República quien tiene un alterno de reemplazo, el vicepresidente.

Por lo tanto el primero y último res­ponsable de todos los actos que se verifican en la esfera del mencionado poder, tanto desde su perspectiva legal, como desde su perfil político es el presidente de la República. En este escenario los secretarios de Estado o los ministros del Poder Ejecutivo son una extensión del mandato pre­sidencial desde la perspectiva de colaboración con prerrogativas tales como poder ordenar gastos y ejecu­tar planes de gobierno, pero nada de esto reemplaza ni neutraliza la condición del Presidente como jui­cio responsable político de todo lo que se hace y se deja de hacer en tal poder.

Cuando un ministro del Poder Eje­cutivo comete un error, por acción, omisión o expresión, como en este caso, los ciudadanos tienen todo el derecho de entender qué tal posición está siendo avalada por el Presidente de la República.

En este caso, al tratarse de un tema sumamente delicado como es la atención a enfermos en situación de especial sufrimiento, extensi­ble a sus familiares, exponía al Pre­sidente a una imagen de falta de humanidad que sería una lamenta­ble manera de empezar una gestión presidencial.

Pero aún más allá de esto, el gesto del presidente electo, Santiago Peña, parece buscar dejar en situación de claridad su talante como líder de un complejo poder del Estado, reaccio­nando con firmeza y determinación a la hora de transmitir tranquilidad y calma; al tiempo de dejar en claro que las formas humanistas de acom­pañar una misión técnica profesio­nal como es la salud, es un compo­nente intrínseco en el abordaje.

Es de esperar que el mensaje haya llegado con claridad transversal­mente para que se entienda que la salud, lejos de ser un frío servicio, es un gesto de dignificación de las per­sonas y respeto al dolor.

La salud pública tiene desafíos pre­ponderantes que al igual que la edu­cación ya no pueden demorar en su diseño y ejecución. Ya no es consis­tente con los tiempos que vivimos las distancias tan considerables en la calidad de equipamientos y el volu­men de especialidades entre las ciu­dades más importantes y las regio­nes más apartadas; finalmente la salud pública supone buena atención con equidad.

En otro orden, todavía están pen­dientes procesos de mayor intercola­boración entre instituciones como el IPS y los hospitales de salud pública.

Otra línea de trabajo que fue pos­tergada por el actual gobierno solo porque tuvo énfasis en el gobierno anterior es la telemedicina cuyo potenciamiento ya no puede demo­rar porque describe una conquista que debería ser normal en los tiem­pos de desarrollo de las NTICs y la conectividad

Obviamente, el gran desafío que se presenta como un oscuro legado del periodo en curso es lograr fórmulas para honrar las siderales deudas en materia de compra de medicamentos que ha provocado ya varias amena­zas de corte en el suministro.

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