Un estudiante de 16 años asestó cuatro puñaladas a la profesora de matemáticas y directora del colegio en plena clase, cuando dirigía a los alumnos las primeras palabras de la jornada. Eran alrededor de las 13:00 del martes 30. Apenas comenzaba la cátedra del día cuando la profesora cayó estrepitosamente al suelo soltando borbotones de sangre de las puñaladas recibidas en la zona precordial. El agresor dijo en guaraní: “Vyropáma la estudio, vyropáma la clase” (es una tontería el estudio, una tontería la clase), que estudiar no servía para nada y se alejó presurosamente del lugar dejando atrás la tragedia que presenciaron sus compañeros de clase que no salían de su asombro ante el trágico suceso.
Poco después, la profesora Sofía Rodríguez de Cristaldo, de 44 años, madre de dos hijos, dejó de respirar. Y sobre todos cayó el dolor de haber sido testigos de la más terrible calamidad ocurrida en el aula de una institución educativa en la historia del país. Lo acontecido sucedió en el Colegio Nacional San Gervasio, de la localidad de Independencia, a 180 kilómetros al este de Asunción y a 18 kilómetros de Villarrica, la capital del departamento de Guairá.
De acuerdo con lo afirmado por el comisario que interrogó al chico luego de su detención en Villarrica, este dijo que mató a la docente para llamar la atención de sus padres, que ya no quería estudiar, sino trabajar, y que en su casa no acompañaban su deseo.
Estamos acostumbrados a pensar y creer que este tipo de hechos violentos que vemos en las noticias solo suceden en Estados Unidos, Europa, Asia o en otros países lejanos, que por estar distantes de nosotros geográficamente no nos podían alcanzar, como esas enfermedades que solo se contagian por la cercanía física.
Reconozcamos que la sociedad paraguaya nunca ha sido muy pacífica, pues siempre ha habido asesinatos, asaltos, robos, peleas violentas con lamentables resultados en vidas humanas y en destrucciones físicas. Existen zonas geográficas con mayor índice de criminalidad en que se dan habitualmente numerosos casos de violencia por causas relacionadas al tráfico de drogas y otras conductas delictivas. Hasta ahora todo ha sido en lugares y ambientes expuestos al crimen y al accionar de los malhechores.
El aula de una escuela o un colegio siempre ha sido un lugar sagrado, como un templo, donde se enseñan nuevos conocimientos y se aprende a abrir los ojos al mundo desconocido de las ciencias. Pero ahora ya no.
Este lamentable acontecimiento ha sacudido dolorosamente a todo el país porque con su fuerza nos interpela fuertemente, y nos llama poderosamente la atención para que tengamos conciencia de dónde estamos, con quiénes vivimos y qué estamos haciendo bien y qué no hacemos o deberíamos realizar.
Lo acontecido en el colegio del Guairá es sin duda un claro indicador de que algo espantoso nos está ocurriendo como sociedad y que no nos estamos percatando. Que tenemos que asumir lo que nos pasa para adquirir conciencia de la realidad y buscar una respuesta urgente.
Hay que ver si la familia paraguaya está cumpliendo su tarea de primera formadora de las personas con los pasos iniciales en el aprendizaje de la buena conducta, en medio del elemento irremplazable de los lazos afectivos. Si mamá, papá y demás familiares son parte importante en la vida y el cariño de los hijos, con las enseñanzas propias del hogar, o si son seres cuya ausencia se busca reemplazar con aparatos y las comodidades de la tecnología, que no tienen sentimientos.
Hay que analizar si la sociedad paraguaya, las instituciones educativas, políticas, religiosas y sociales están cumpliendo su tarea de formar a los menores para ser miembros de la comunidad a la que pertenecen. O si están creando resentidos, con las inconductas, las injusticias, los privilegios indebidos, las desigualdades sociales y el odio entre clases.
Lo acontecido en el colegio de Independencia no es un simple hecho policial, con víctima, victimario y nada más. Es una poderosa llamada de atención para todos, en especial para las autoridades, de que las cosas no se están haciendo bien en el país. Que tenemos que trabajar más y mejor por las personas, comenzando por los más débiles.