El inexplicable afán de la Argen­tina de pretender cobrar peaje en un tramo del río Paraná que está bajo dominio de ese país es una muestra de la falta de respeto a las normas internacionales vigentes, que consagran la libre navegación de los ríos. Y demuestra de paso la inutilidad de las autoridades paraguayas de impe­dir el abuso de los argentinos.

Desde la Cancillería nacional informa­ron que han realizado varias reuniones con los argentinos y con representan­tes de los países afectados de la región, y no han podido doblegar a los que quie­ren imponer el impuesto. Pareciera que ni la reciente obtención del campeonato mundial de fútbol consiguió cambiar el humor argentino.

Hace diez días, Mario Abdo visitó al pre­sidente argentino, Alberto Fernández, en la residencia presidencial de Olivos, de cuyo encuentro se espera aún resultados positivos para tan delicado asunto bila­teral. Teniendo en cuenta la importancia del tema, no hay duda de que el presidente paraguayo le habrá pedido a Fernán­dez que se elimine el tributo fluvial. Pero hasta el momento no hay nada.

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Y ahora, luego de la tan publicitada visita presidencial al vecino país, ya están lle­gando las primeras facturas de las liqui­daciones del impuesto argentino a las empresas cuyas cargas pasaron por el sitio. Obviamente, las empresas rechaza­rán las liquidaciones de las tasas que les quieren cobrar. Y ahora habrá que esperar qué pasa después: si los argentinos impi­den el paso de los que no pagan el peaje o, si al final, se logra anular la medida. Mien­tras tanto, sigue la incertidumbre.

Fuentes del Centro de Armadores Flu­viales del Paraguay (Cafym) indicaron que desde la semana pasada las empre­sas del sector comenzaron a recibir las liquidaciones del peaje fluvial emitidas por la Administración General de Puer­tos (AGP) de la Argentina. Los documen­tos de cobro tienen una tarifa de 1,47 dólares por tonelada transportada por el río Paraná, en el tramo que va del puerto de Santa Fe hasta la confluencia con el río Paraguay, que es el paso obligado de las embarcaciones que van desde Asun­ción, puertos cercanos y las que van por el Paraná, desde puertos del Alto Paraná, Itapúa y Misiones hacia el Río de la Plata.

Las embarcaciones que realizan el trans­porte de los granos producidos en Para­guay constituyen un convoy compuesto por un remolcador, que es el que empuja al resto de las barcazas, que suelen ser alre­dedor de 20 unidades que llevan los pro­ductos. Cada convoy en su conjunto tiene 32.000 toneladas, y al pasar por el peaje tienen que pagar la suma de 1,47 dóla­res por tonelada. Esto representa 47.040 dólares por cada conjunto con esa canti­dad de carga. Y si tiene más carga, paga más, lo que representa un costo adicio­nal que las empresas no pueden sopor­tar. Si por cada paso por el tramo del peaje se tiene que pagar entre 40.000 y 50.000 dólares, el costo final por año será de entre 30 millones o 40 millones de dóla­res más para la economía paraguaya, un perjuicio que no se puede aceptar de la Argentina, cuyas autoridades con fre­cuencia suelen invocar la hermandad entre los pueblos de esta región.

Los asociados al gremio de armadores flu­viales del país dijeron que no van a acep­tar el cobro compulsivo y que no pagarán las facturas que les han expedido. La cual es una postura adecuada contra la impo­sición argentina.

El Paraguay y los países afectados no tie­nen por qué aceptar la resolución impo­sitiva fluvial, por razones jurídicas y de costo económico. Y si la Argentina no acepta eliminar esa disposición, se la tiene que denunciar ante las instancias internacionales correspondientes.

Las empresas afectadas no deben acep­tar pagar el peaje y se tienen que unir a las autoridades nacionales para exigir su eliminación.

No hay por qué callarse ni aceptar un atropello jurídico y económico por el capricho de una dirección ministe­rial, que es una dependencia burócrata argentina de segundo orden. Su resolu­ción no tiene el valor ni el peso jurídico de un decreto o de una ley. Y está muy lejos de poder contrarrestar legalmente al derecho internacional de los tratados vigentes.

No hay que aceptar el peaje argen­tino, y lograr que impere la libertad de navegación.

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