No por repetidas, algunas frases pierden su fuerza y su vigencia. Sobre todo, cuando reflejan una realidad insistente y cruelmente trágica. Una sucesión interminable de casos y hechos dolorosos que desnudan crudamente la mediocridad, la incompetencia y la improvisación de un gobierno que nunca llegó a comprender la finalidad y la necesidad de establecer políticas de Estado en áreas clave de los servicios públicos.

Servicios que deberían ofrecer calidad, rapidez y eficacia a los sectores más vulnerables de nuestra sociedad, reivindicando derechos sociales imprescindibles e imprescriptibles para aquellos que menos tienen y más necesitan. La salud es uno de ellos. Y ante la contundencia de las pruebas que se presentan irrefutables se desvanece la monserga oficialista. La frialdad de las estadísticas contrasta radical y frontalmente con el discurso gubernamental propagado a través de dos o tres de sus hombres más influyentes. Las palabras no pueden llenar los huecos de la ineficiencia y la corrupción. Ni los desgañites de los serviles y abyectos ni los maquillajes de la propaganda podrán explicar por qué sigue muriendo gente en los pasillos de los hospitales, nacionales y distritales, y centros de salud o unidades de salud de la familia.

Una madre acaba de dar a luz en el sucio piso de un centro asistencial de gran envergadura, pero carente de conciencia profesional.Un repetido vocero había afirmado hace casi dos años, en plena crisis provocada por el covid-19 y con la muerte arreciando por todas partes, que “la salud pública es el compromiso central de esta administración antes de la pandemia ya. No es que vino la pandemia y ahí el Gobierno giró su mirada sobre la salud pública. No. Desde que comenzó el gobierno, la indicación del presidente (de la República) fue centralizar en el desarrollo humano las inversiones”. ¡Cuánta mentira! ¡Cuánto cinismo! ¡Cuánta hipocresía! No hubo planificación ni estrategias de previsión ordenada para que las obras de las que se ufanan desde el Poder Ejecutivo sean útiles a los que deberían ser sus privilegiados destinatarios.

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La pandemia hizo estragos que pudieron ser evitados o, al menos, aminorados. Pero de los recursos obtenidos mediante préstamos internacionales hubo más despilfarro que inversiones. Es por ello que se multiplicaron las muertes a escala geométrica durante todo el año 2021. Lamentablemente, ciertos medios de comunicación y algunos de sus periodistas actuaron de colchón a través de programas que eran verdaderos adefesios ante la gravedad del problema que teníamos enfrente. El histrionismo puro y duro suplantó a los espacios que debieron ser de educación, contención y concientización. La oportunidad para interpelar a los ministros de Hacienda, Salud Pública y Bienestar Social y a los voceros del Gobierno fue convertida en burdos montajes de distracción, en criminal complicidad para que los miles de fallecidos sean contados dentro de las estadísticas “normales”.

Las mentiras del Gobierno en cuanto a sus históricas e inéditas inversiones en salud se desmontaron nuevamente a finales del 2021, cuando un brote de gripe puso otra vez de rodillas a toda la estructura del sistema sanitario del país. Ni siquiera aprendieron las lecciones que nos dejó la pandemia. Prefirieron ignorarlas.

El veredicto del futuro, que ya se acerca aceleradamente, será implacable con quienes traicionaron el mandato de la voluntad popular en el ejercicio del poder. Dejaron morir a ciudadanos compatriotas por angurria. Y, lo peor, ni siquiera tienen conciencia de sus crímenes.

Esta nueva oleada de chikungunya es la ratificación más descarnada de las patrañas de un gobierno que solo se preocupó y preocupa de enriquecer a su círculo. Pacientes que no tienen siquiera acceso a camas en los hospitales destruyen con la firmeza de la realidad los cuentos de hadas de los voceros de la corrupción. A lo que debemos añadir con tristeza los enfermos oncológicos que continúan con su doble vía crucis de dolor y falta de medicamentos. La salud pública, ante cada arremetida, hasta de enfermedades cíclicas y propias de cada estación, ingresa a terapia intensiva. Esa es la cruda verdad. Y no la que quieren vendernos desde la improvisada tarima de los mediocres vendehúmos del Gobierno. Enorme responsabilidad y compromiso patrióticos esperan al próximo presidente de la República.

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