A 45 días de la celebración de los comicios generales en que se elegirán presidente y vice­presidente de la República, 80 diputados, 45 senadores y 17 gobernado­res departamentales con sus respectivos miembros de consejos jurisdiccionales, se perfila una particular lucha. La pre­ferencia actual de la gente parece clara, según las encuestas, pero falta ver en qué medida se traduce en los resultados comiciales.

De acuerdo con los diferentes sondeos serios realizados sobre la predilección de los ciudadanos, es clara la inclinación de los encuestados hacia el candidato de la Asociación Nacional Republicana (ANR), Santiago Peña, que es el partido político con mayor cantidad de afiliados y que ha venido triunfando en las últimas eleccio­nes generales. Es bueno hacer la distin­ción de que una cosa son las encuestas y otra las elecciones, aunque siempre los sondeos bien hechos terminan cumplién­dose con el número de votos emitidos.

El candidato de la Concertación y direc­tivo del PLRA, Efraín Alegre, ha parti­cipado como principal exponente de los partidos de oposición en las dos eleccio­nes anteriores, en las que ha salido per­didoso. Pero nunca, como antes, en esta ocasión está concentrando las críticas y el rechazo de los ciudadanos no colora­dos y colorados, por su lamentable histo­ria como político y por sus malos manejos como dirigente liberal.

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Los memoriosos recuerdan que cuando se destituyó a Fernando Lugo de la Presi­dencia de la República, en julio de 2012, Alegre fue uno de los principales propul­sores de la salida del primer mandatario. Aunque fue su ministro de Obras Públi­cas y uno de sus principales sostenedo­res iniciales, curiosamente fue uno de los antiluguistas más importantes a la hora de echarlo del poder. Lo que extrañó ini­cialmente a muchos, pero que a los que ya lo conocían no les pareció raro por su comportamiento cambiante, pues se movía de acuerdo al rumbo de los vientos del momento.

A pesar de todo, no deja de ser raro que uno de los principales responsables del juicio político a Lugo en el 2012 esté usando ahora la imagen del ex presidente para atraer votos a su candidatura pre­sidencial. Lo que no habla muy bien de su coherencia política: ¿cómo el princi­pal enemigo de ayer a quien expulsó del gobierno por sus desaciertos, abrupta­mente puede ser hoy su más importante aliado cuya imagen y cercanía quiere explotar a favor de su candidatura? ¿Qué se puede pensar de alguien que sufre la tan rara alucinación de que el hombre más malo de ayer sea ahora el más bueno y por cuya simpatía apuesta con descaro? ¿Cómo y por qué darle la conducción del país a alguien tan peligrosamente cam­biante y engañoso? Tanto descaro e hipo­cresía no se debe tolerar en alguien que pretende gobernar la nación paraguaya. Semejante personaje no se merece el Paraguay.

Como dirigente del PLRA, su conducción está acusada de mala administración y despilfarro de fondos. Sus manejos finan­cieros y políticos al frente de su partido le han granjeado muchos enemigos que antes eran sus partidarios, por su falta de honestidad y pésima conducción.

El tesorero del PLRA indicó en el 2021 que la gestión de Alegre creó una deuda de 38.000 millones de guaraníes y que había un faltante en bonos por 500 millo­nes, cifras que superaban el endeuda­miento autorizado por las autoridades del partido. En el proceso judicial, las peri­cias demostraron el uso de facturas falsas y documentos adulterados.

Dirigentes de partidos de oposición han calificado la campaña electoral de Alegre de vergonzosa debido a sus manejos equi­vocados y a su política inescrupulosa de usar la mentira como principal instru­mento de propaganda política. Y aguar­dan que la ciudadanía no se deje engañar por la lamentable utilización de personas y de hechos, faltando a la verdad y muy lejos de la más elemental coherencia.

En las dos elecciones presidenciales ante­riores, las del 2013 y las del 2018, Alegre perdió frente a los candidatos colorados, cosa que probablemente ocurra en esta ocasión, según los datos que se manejan. Si es así, será otra derrota de los libera­les que desde 1939, en que pusieron como candidato presidencial al entonces gene­ral José Félix Estigarribia, no han sido capaces de instalar un representante de ese signo partidario electo en las urnas al frente del país.

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