Hay dos factores que se han hecho evidentes en la semana que ha concluido: la creciente unidad de la ANR y la irrefutable verdad de las encuestas. Ambos hechos desesperan a los voceros de la oposición, lejos de ocuparse de lo más importante: generar acciones para lograr la fuerza propia que es la que gana las elecciones. La leyenda de las guerras sucias son más ruidosas que real.La verdadera guerra en el contexto de las elecciones es aquella que combina lealtad con el electorado y gestión del triunfo mediante la franqueza de una promesa electoral creíble. No son los panegiristas que viven a costa del Estado ni los eufóricos aduladores del presente, ni los dislocados argumentos de los seudointelectuales de la nueva generación de genuflexos los que van a escribir la historia del futuro.
Serán jueces razonando con los hechos y el despiadado discurrir del tiempo los que tendrán a su cargo examinar a este gobierno.
Apenas ganadas las elecciones generales del 22 de abril del 2018, en la ANR se despertó la esperanza de una gestión que quedará en el gerenciamiento de los mejores pensamientos del país y aquellas figuras que han demostrado calidad en el desempeño de las políticas públicas, tratando de superar el mal recuerdo de la triste tarea gubernativa de Abdo-PDP que todos prefieren olvidar.
La otra misión triste, por cierto, es la de los seudopolitólogos (uno de ellos nos engañó con unas encuestas que le daban una amplia victoria al oficialismo en la última semana previa a las elecciones) que están rentados para descalificar las encuestas y sondeos. Estas son herramientas valiosas en todo el mundo para ir midiendo la situación previa a los comicios. Hoy en día un empleado de una de las campañas opositoras se ocupa de pontificar sobre el riesgo de las encuestas, olvidándose de que sus propios empleadores valoraban las encuestas cuando en el 2018 creyeron que algunas de ellas le daban una posición ventajosa.
La política de negar la realidad, de matar mensajeros, de tratar de apelar a la ayuda externa incluso para tratar de influir sobre el resultado de las elecciones de un país que se ufana de su independencia es un horrible dibujo de la obsecuencia y mediocridad de sus dirigentes y dueños de grupos mediáticos que los tienen como títeres.
Lo que tenemos que resguardar es que el 30 de abril se cumpla la voluntad del pueblo paraguayo, evitando que la mano oscura de la mentira, del fraude tal como se vivió en las elecciones de la Concertación y cualquier intención extraña al sentimiento de los votantes nos marquen el destino de lo que los paraguayos queremos para nuestras autoridades.
Todos juntos tenemos que lograr superar una etapa desastrosa para nuestras políticas públicas y encaminarla con gente de talento y con personas que nunca huyeron del trabajo.