La República Argentina es escenario de dos acontecimientos internacionales de importancia económica y social para nuestros países. El presidente de Brasil, Lula da Silva, en su primera visita al exterior, habló en Buenos Aires de la creación de una moneda común para dejar de depender del dólar. La otra es la cumbre de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac) que agrupa a 33 países del continente.
El mandatario brasileño se puso a los argentinos en el bolsillo con la propuesta de no cobrarles durante un año por las importaciones que hagan de Brasil, que es como dar un gran crédito para comprar de dicho país durante 365 días. Lo que hará depender más aún a los argentinos de su vecino, en momentos en que la moneda de mayor peso internacional, el dólar, trepa a alturas nunca antes alcanzadas en la Argentina y resulta difícil de conseguir en el mercado legal.
En una rueda de prensa, Lula señaló que esperan que sus ministros de economía hagan una propuesta para las transacciones entre ambos países con una moneda común y así prescindir del dólar. Resaltó que, si dependiese de él, las transacciones del comercio exterior se tendrían que hacer siempre en las monedas de los otros países y no de la norteamericana. “¿Por qué no tener una moneda común entre los países del Mercosur o de los Brics (que engloba a 5 de las grandes economías emergentes)? Me parece necesario que eso ocurra”, planteó el mandatario brasileño. Las agencias noticiosas señalan que mientras Brasil tiene un mercado de cambio formal, la Argentina tiene numerosos tipos de cambio, que se registra en las microdevaluaciones diarias que sufre el peso argentino, con un fuerte componente del mercado informal. Así, el lunes 23, mientras el dólar oficial cotizaba a 191 pesos, el paralelo en las calles estaba a 376 pesos, un 96,8% más.
De acuerdo con la interpretación de algunos especialistas, la propuesta de la moneda común para esta parte de América puede tener incluso un trasfondo ideológico anti Estados Unidos, el de no aceptar el dólar como la moneda principal en los mercados internacionales.
Afirman que, aparte de Brasil, economías que se encuentran en mal estado, como la de Argentina, con una inflación anual del 95%; y la de Venezuela, con una devaluación descomunal de su signo monetario, son las que están detrás de la nueva moneda, además de otros países con fuerte sesgo ideológico de izquierda, como Cuba y Nicaragua. Sostienen que no estaría mal la moneda única, siempre que estuviera apoyada por un proceso económico sólido, como ocurre con el euro de la Unión Europea, cuyos países no están en quiebra como algunos de nuestro continente.
El presidente argentino, Alberto Fernández, inauguró ayer la Cumbre de la Celac creada en el 2010 por el venezolano Hugo Chávez, rodeada de algunas polémicas, como la abrupta suspensión de la visita del presidente venezolano Nicolás Maduro por una presentación judicial en su contra en Buenos Aires; además del nicaragüense Daniel Ortega, cuestionado por distintos gobiernos por su política contra los derechos humanos. Estuvieron presentes 14 presidentes de los 33 países miembros, entre ellos, Mario Abdo Benítez.
Para ponerse a tono con los fundadores de la Celac, el mandatario argentino se despachó contra la amenaza que constituye la derecha internacional contra la democracia latinoamericana. Pidió respeto a la diversidad y manifestó que esta región del mundo tiene una gran oportunidad de avanzar en la integración de los países mediante la confraternidad y el trabajo conjunto.
Lastimosamente, esta declamada confraternidad no parece ser tan genuina. El presidente Fernández se olvidó de mencionar que su país está cobrando peaje en el río Paraná a las mercaderías que salen o vienen al Paraguay, contra todas las normas de libre comercio y gestos de fraternidad.
La posibilidad de una moneda común del Mercosur puede ser de gran importancia para los países de la región, así como las oportunidades que ofrece la Celac para el comercio. Pero es imprescindible que los gobiernos cumplan las normas de libertad de traslado y libre concurrencia establecidas en los acuerdos, como los del Mercosur, para que los discursos no sean meras palabras que arropan la hipocresía de algunos mandatarios.