En la homilía de la misa central de la festividad de Caacupé, el titular de la diócesis local, el obispo Ricardo Valenzuela, lanzó un fuerte mensaje para la protección de la familia como unidad básica de la sociedad. Criticó a los políticos que en vez de servir al pueblo quieren los puestos públicos para enriquecerse. Pidió que la Fiscalía y la Justicia persigan a los delincuentes para darles el castigo, que no se contaminen con el delito y no se dejen llevar por las tentaciones del crimen organizado.
Con respecto al plan de transformación educativa, el celebrante manifestó que hay que reconocer que la educación en nuestro país es deficiente y que debe ser transformada. Pero resaltó que dicha transformación debe realizarse sin ningún tipo de ideologías que desvirtúan la naturaleza humana.
Invocándole al papa Francisco manifestó que hay que tener cuidado con las colonizaciones ideológicas que apuntan a socavar el cimiento de la cultura de los pueblos. “Queremos que nuestros niños y jóvenes crezcan como Jesús, en estatura, en sabiduría y en gracia”, apuntó recordando las palabras del evangelio de San Lucas.
Remarcando su rechazo a la mencionada propuesta del Gobierno, apuntó: “La Iglesia se mantiene en su postura de respetar la Constitución Nacional y la doctrina sobre la vida. A pesar de las fuertes presiones que ejercen los lobbies nacionales e internacionales, seguimos apostando a nuestra fe en la Palabra de Dios, en la familia y en la vida como creación divina”.
Centrando su preocupación en el tema, admitió que la comunidad familiar está rota, porque en la sociedad actual los valores y prioridades están trastocados. “Es cierto que Dios quiere que sus hijos vivan bien, pero ese vivir bien no se puede medir solo desde lo material, también requiere desarrollarnos como personas, como comunidad, en la dimensión espiritual y social”, enfatizó.
Para que no quede ninguna duda, indicó que el futuro del país depende de la familia, porque su papel fundamental es contribuir a un futuro de paz. “Si nosotros fortalecemos a diario nuestro hogar y le pedimos a Dios que sane nuestras heridas familiares, y buscamos la reconciliación, volveremos a fortalecernos como paraguayos y no podrán con nuestra nación, no podrán destruir la obra de Dios en nuestra familia”, resaltó entusiasmado.
Criticó el avance de la corrupción, el tráfico de drogas, la pérdida del sentido ético y del bien común, los atentados contra la vida de las personas, las necesidades económicas extremas de campesinos y obreros. Y manifestó que esa terrible realidad clama por la liberación integral del hombre paraguayo. Razón por la cual se debe redoblar el esfuerzo para asumir posturas valientes, a fin de erradicar los males denunciados.
Expresó su preocupación por la Justicia y las tareas del Ministerio Público. “No queremos jueces que prevarican y que abusen de sus funciones o fragüen resoluciones a cambio de un puñado de peculio, por presión política o del narcotráfico o de personas que se dedican a estafar y expoliar bienes ajenos”, enfatizó.
Las palabras del obispo Valenzuela expresan las preocupaciones y las opiniones habituales de la institución eclesial y, en ese sentido, tienen un gran valor político. El Paraguay vive en estos tiempos los momentos más difíciles por la fuerza de la corrupción, por los embates del crimen organizado y los ataques de la delincuencia. Este gobierno y sus instituciones no han sabido frenar el delito. Por negligencia y falta de acción decidida, parece más bien un cómplice que colabora con los delincuentes, cosa que resulta más evidente con el comportamiento de algunos de sus altos funcionarios.
Esta lamentable situación no puede continuar. El país debe poner límite al delito con una fuerte política contra la delincuencia que supere todas las actuaciones anteriores. Lo que solo se podrá conseguir con autoridades honestas y decididas a combatir ese mal.
Por todo ello es fundamental que en las próximas elecciones internas del Partido Colorado, los votantes republicanos sepan a quién elegir para dirigir los intereses de la nación. Deben darles las espaldas a los cómplices del delito y abrir las puertas a los que tienen las condiciones para darnos una vida mejor. Tal como han pedido desde Caacupé los exponentes de la Iglesia.