Desesperante es la situación que describe la mayoría de los sectores económicos a causa del ingreso ilegal de mercaderías y todo tipo de productos que juegan de manera desleal en el mercado interno, lastimosamente, por la ineficiencia de este gobierno lleno de fracasos.La industria debe batallar para producir, ganar competitividad en un mercado con condiciones desleales. Es evidente que este azote al sector productivo carece de herramientas de contrapeso, y por esto también resulta lógico estimar que esta temporada alta para el comercio por el movimiento económico de fin de año estará dominada por ingresos en negro.
Los discursos de conducción del país apuntaron a sostener la economía, el trabajo y la mejor calidad de vida en los inicios de este gobierno. Esto se tradujo en un cuento, viendo los productos sin tributar a lo largo y ancho de calles, avenidas y rutas del país.
Los importadores formales, como los productores locales, ya han alertado de que el contrabando se encuentra en su punto más álgido. Los controles son burlados de forma alevosa y las persecuciones en los puestos de ventas en negro son difíciles de exterminar debido a la expansión que tienen una vez ingresados los productos al país, reclaman los que se dedican al comercio legal.
En las zonas fronterizas, la venta de productos de contrabando es una constante e instiga de manera engañosa con ofertas que en puridad son de fantasía, porque esta práctica termina acogotando al Estado en sus diferentes rubros.
Agroproductores de la zona de Caaguazú señalaron hace unas semanas que están asfixiados en su economía por el boicot del ingreso vía contrabando. El rubro combustible es también muy groseramente burlado.
Los distribuidores estiman que alrededor de 2 a 3 millones de litros de combustible por día ingresan a nuestro país de forma ilegal, es decir, de contrabando. En lo que va del año, ya se habría superado los 100 millones de litros de hidrocarburo que metieron en negro al mercado local.
El rubro frutihortícola es otro de los sectores muy boicoteados por el contrabando. La problemática del contrabando de productos frutihortícolas se incrementó en los últimos meses y afecta directamente al productor nacional que, además de luchar contra la crisis económica en nuestro país, se ve obligado a reducir los precios de sus productos para que los mismos no terminen pudriéndose, ocasionando así mayor perjuicio. Desde la Cámara de Diputados instaron en estos días al Ministerio de Agricultura y Ganadería (MAG) y al Servicio Nacional de Calidad y Sanidad Vegetal y de Semilla (Senave) a que busquen mecanismos para salvaguardar el trabajo de los agricultores, aplicando medidas que bloqueen el ingreso ilegal.
Las aceiteras, los domisanitarios, los fabricantes de calzados, entre otros, históricamente, fueron trampeados por el contrabando. Pero ahora, tras la pandemia y la posibilidad de viralizar información, las dimensiones del negocio ilegal asustan, desesperan.
Se sabe de los circuitos, sitios por donde entran los productos ilegales; pero, penosamente, la deshonestidad de funcionarios, muchas veces con el guiño de los altos jefes, vulneran todas las posibilidades de formalización en connivencia con los contrabandistas.
Un equipo integrado por varios organismos del Estado forma parte de la Unidad Interinstitucional para la Prevención, Combate y Represión al Contrabando (UIC), encabezado por Emilio Fúster, fue presentado como parte de la estrategia anticontrabando al instalarse este gobierno. Se aglutinaron entre varias instituciones. Las aspiraciones de este órgano de combate al negocio ilegal fueron esperanzadoras en sus inicios, pero de vuelta falló lo elemental: el control.
Los puestos de control están contaminados por funcionarios infieles a los objetivos del Estado. A esto se acopla la impunidad que comienza en el interior de las mismas instituciones públicas, los sumarios administrativos. Las oficinas anticorrupción no son capaces de identificar a los empleados deshonestos y apartarlos de puestos privilegiados.
Pareciera ser que el corporativismo reinante de grupúsculos de amañados en los diversos entes involucrados en el control de este flagelo está por encima de la ley y está exentos de castigo. Ejerce un dominio extraño que derrumba cualquier esperanza de solución, al menos de forma parcial.
Quienes tenemos voz estamos llamados a denunciar y protestar contra prácticas que perjudican al país. Quienes ocupan los altos cargos en las unidades de control están obligados a ver lo que no ven y la clase política debe intervenir para que funcionen los organismos de fiscalización. Sin este rumbo, seguiremos sufriendo evasión, corrupción y miseria.