El dominio y las exigencias que líderes, miembros del crimen organizado y considerados terro­ristas como el caso del Ejército del Pueblo Paraguayo (EPP) imponen en las penitenciarías, ya no es solamente una demostración de que el Ministerio de Justi­cia se doblegó ante los criminales, sino que arrastra al gobierno del presidente Mario Abdo Benítez.

Lo ocurrido el martes último en la cárcel de mujeres del Buen Pastor fue una humilla­ción al extremo a la que este gobierno some­tió a todos los ciudadanos de bien de la Repú­blica y que son la mayoría.

La gente todavía sigue dolida por el some­timiento de la estructura del Estado a las exigencias de Carmen Villalba para que el féretro de su hermano Osvaldo Villalba ingrese al penal adjudicándose así un privi­legio sin precedentes para ambos conside­rados criminales y que lideraban un grupo que ha asesinado y secuestrado a decenas de personas.

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Como si el baldazo de agua fría en la cara de la ciudadanía no fuera suficiente nos entera­mos de que altos funcionarios del Gobierno gestionaron el servicio de la carroza fúnebre con la empresa de sepelios para llevar desde el Cementerio de la Recoleta hasta el Buen Pastor, penal donde cumple condena Car­men Villalba, hermana del abatido Osvaldo, por el intento de asesinato de tres policías durante una frustrada fuga en el 2004.

Cabe subrayar que esta concesión a Villalba, por cierto, sin mayores protocolos de segu­ridad, se da precisamente en uno de los momentos pico a los que llegó la delincuen­cia en nuestro país, a juzgar por los sucesos como robos, asaltos y el temor en las calles a causa de estos males no es un tema menor ni de segundo plano.

Carmen Villalba demostró su poder dentro del Buen Pastor, arrodilló a sus exigencias al plantel de primera línea de esta dependencia del Ministerio de Justicia y se suscribe en la fila de jefes de grupos delincuenciales y cri­minales que tienen bajo dominio las diferen­tes cárceles del país.

Es así como estamos, es una realidad que los delincuentes manejan las penitencia­rías. Esto incluso lo han confirmado los propios gremios de guardiacárceles que confesaron en varias ocasiones tener miedo y que el control es una atribución que se les escapó de las manos, a causa de la corrup­ción imperante como las administraciones politizadas.

Como el clan Rotela en Tacumbú, la cuota de poder del PCC en otros penales como el de Pedro Juan Caballero, en el Buen Pastor, sin caer en sensacionalismos, con lo ocurrido el martes bien se puede decir que Villalba ejerce fuerte influencia y la impone. Exigió despedirse del cuerpo de su hermano y se le cumplió. Debía ser llevada al Centro de Rehabilitación Social de la ciudad de Camb­yretá, Itapúa, tras el acontecimiento del domingo último que dejó como resultado la muerte de su hermano Osvaldo, pero ejerció su poder y abortó el traslado.

Esta reculada del Gobierno es otra demos­tración de debilidad ante los requerimien­tos de Villalba. Si esta situación no implica un guiño, al menos representa una extraña subordinación de las autoridades penitencia­rias al mandato de la mujer miembro del EPP.

El presidente de la República y su gabinete, en este caso el ministro de Justicia, se olvi­daron y humillaron a las familias de los secuestrados por estos personajes terroris­tas del EPP. Cero empatía por la desgracia que mantiene en el dolor a los familiares de las víctimas de este grupo criminal. Este pri­vilegio otorgado a guerrilleros es una man­cha que no se borrará jamás de la historia del Paraguay, es un negro episodio para esta y otras generaciones venideras.

Duele y mucho; sin embargo, lo ocurrido el martes en el Buen Pastor es una de la serie de manifestaciones de poder que ostentan los líderes de grupos delictivos, criminales dentro de las cárceles. Venimos siendo testi­gos y expuestos en nuestra seguridad amoti­namientos, huidas, muertes y la intermina­ble práctica de actividades ilícitas dentro de los establecimientos penitenciarios. Estos eventos en vez de terminar se expanden y cobran fuerza.

No hay respuestas, cada tanto conforme al antojo de los jefes explota la violencia en los establecimientos. Requisan armas, acuden a algún que otro verso de sumario o investiga­ciones y se vuelve a enfriar la situación hasta que los internos decidan protagonizar otros desbordes.

Solo queda registrar bien estos negros acon­tecimientos que deshonran nuestra historia para que el futuro de la República no retorne a manos de improvisados, ineptos y traido­res que se agachan a las arbitrariedades de los delincuentes.

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