La eliminación física del jefe de uno de los grupos guerrilleros del norte en un enfrentamiento con efectivos de la Fuerza de Tarea Conjunta (FTC) ha dado lugar a numerosas reacciones en la sociedad paraguaya. La gente del Gobierno la anotó como un triunfo propio, exponentes de las Fuerzas Armadas demostraron su satisfacción porque están dando resultado los esfuerzos realizados, los políticos tuvieron reacciones dispares, entre los que aplaudían y los que preferían el examen crítico, mientras que la mayoría de la población sigue atenta a ver qué puede pasar más adelante.
El hecho tiene gran importancia en el campo de la seguridad nacional y se puede anotar como un paso importante que ojalá lleve a una pacificación definitiva en un plazo corto.
No hay que cometer la ingenuidad de creer que, porque se abatió a tres guerrilleros con el jefe a la cabeza, se va a extinguir automáticamente ese grupo paramilitar. Son organizaciones que tienen establecido quién sucede a los que caen en los enfrentamientos y qué deben hacer después de cada batalla. Su filosofía es la violencia en aras de un supuesto ideal político y prefieren morir peleando antes que negociar.
Este es un momento con una gran importancia política que las autoridades nacionales deben aprovechar para extirpar los grupos criminales que quieren imponer sus ideas políticas a través de las armas. Una derrota militar siempre es un revés doloroso en cualquier lucha armada y constituye un golpe sicológico importante.
Como según la Constitución Nacional, el Estado paraguayo es el que tiene el monopolio de la fuerza, no puede permitir que ningún individuo ni grupo haga el uso de las armas para imponer sus pretensiones políticas o de cualquier índole. Por consiguiente, debe reprimir, desarmar y castigar a todos los que usen o quieran usar la violencia. Y tiene las de ganar conociendo su poderío militar, la fuerza de las instituciones y el apoyo de la ciudadanía. Pero para ello debe operar con inteligencia, haciendo un gran esfuerzo en el campo de batalla de los operativos militares.
De acuerdo con la experiencia vivida en muchos países, más tarde o más temprano, los grupos violentos, con siglas o sin ellas, han ido desapareciendo. Como ocurrió con la ETA en España, las Brigadas Rojas de Italia; Montoneros, ERP y otros en Argentina; Tupamaros en Uruguay, por citar los más conocidos. Pero esa extinción no se dio por el mero transcurrir del tiempo, sino por las medidas acertadas tomadas por sus respectivos gobiernos tanto en el campo represivo, como en lo político y social.
Aquí en el Paraguay también sucederá lo propio, pero a cambio de que el Estado y sus instituciones especializadas realicen con eficacia lo que corresponde. Y cuanto más rápido y bien actúen, en menor plazo se tendrán los resultados esperados. Los organismos públicos especializados, como la FTC, tienen que darle más dinamismo a su tarea de eliminar los grupos armados ilegales y su organización, apresando a sus elementos para pasarlos a la Justicia para que los castigue y reprimiendo con las armas cualquier intento de ataque de parte de los mismos. El país no puede tolerar que nadie, ni ningún grupo, siga matando personas, con el pretexto o la ideología que fuere.
Desde marzo del 2008 en que apareció, este grupo violento ha asesinado a alrededor de un centenar de individuos, una dolorosa cantidad de vidas perdidas sin sentido, que no hay que permitir que continúe.
Como la misión de las instituciones estatales no es solo eliminar a las diferentes agrupaciones de malhechores, las autoridades del país deben ser capaces también de edificar una nación generosa que incluya a todos, sin las diferencias odiosas que hoy existen, bajo una misma bandera, la del bienestar de las mayorías. Y para ello deben poner en primer lugar los valores humanos más valiosos y articular un país que busque el bienestar general, mediante el trabajo, la actividad económica y la justicia social que mire el interés general.