Los partidos se ganan en la cancha. Naturalmente, si el equipo triun­fador apeló a recursos o proce­dimientos antirreglamentarios, queda al arbitrio del perdedor el legítimo derecho al reclamo ante los organismos per­tinentes, llegando a todas las instancias que el sistema te permite. A nosotros nos gusta el lenguaje coloquial, ciudadano, incluso en los editoriales. Para que todos nos entiendan con claridad, sencillez y precisión. Los tiem­pos nos exigen un lenguaje más comprensi­ble, sin caer en la chabacanería grotesca. La verdad desnuda, pero con elegancia. Y con la crudeza de la realidad y la simpleza de la ver­dad. Nada de andar disfrazando de eufemis­mos aquellos acontecimientos que degra­dan la jerarquía de un gobierno, denigran las investiduras de la autoridad o envilecen la noble actividad de la política, rebajándola al cenagoso fango de las inmundicias y resi­duos de la abyección humana. Una descrip­ción gráfica de la administración del presi­dente Mario Abdo Benítez, de su círculo de cortesanos y de los pretendientes a cargos electivos nacionales y dentro de la Asocia­ción Nacional Republicana (ANR).

Muchos escritores de gran porte suelen describir al fútbol como una metáfora de la política y, viceversa, a la política como una metáfora del fútbol. Porque en ambas disci­plinas pueden diferenciarse a los equipos de juego lúcido y caballeresco y a los que quie­ren ganar a cualquier costa, sin importar el empleo del juego sucio, o alevosamente anti­deportivo, como lesionar intencionalmente a los mejores jugadores del plantel adversario o tirarse al césped para tratar de hacer pasar los minutos. Los adherentes del movimiento Fuerza Republicana –en cuya denomina­ción ya subyace una traición anterior al Par­tido Colorado– no solo insisten en procedi­mientos desleales para intentar denigrar a sus adversarios, sino que ni siquiera desean jugar el partido previo a la clasificación para llegar a la final. Quieren ganar por walk-over. Y tienen razón para rebuscarse por ese camino antideportivo. Pues no se animan a enfrentar a los “galácticos” con su equipo raleado por las crecientes deserciones, que no está en condiciones de disputar un par­tido serio al glorioso “Sport Ju’i”. De ahí la explicable desesperación por sacar de la can­cha a sus oponentes del movimiento Honor Colorado para ganar el partido por falta de rival. Más claro, imposible.

Nosotros somos un diario con una iden­tidad política definida. Posición edito­rial que reiteramos con toda franqueza para despejar cualquier duda. A diferen­cia de las cadenas del clan Zuccolillo y la familia Vierci, que tratan de engatusar al público con la inmaculada vestimenta de la imparcialidad y la aureola de la inde­pendencia. Nuestro pueblo habla poco, pero entiende más de lo que creen quienes lo subestiman. Como los periodistas de los medios citados, quienes se declararon abiertamente detractores del movimiento Honor Colorado, que lidera Horacio Cartes e impulsa la precandidatura de Santiago Peña a la Presidencia de la República. Las críticas son saludables si son equilibradas. Pero para ellos, el gobierno de Mario Abdo Benítez es la imagen de la perfección, de la honestidad y de la eficiencia. Son medios absolutamente dependientes de sus pro­pios odios y rencores personales y de los negocios que mantienen con el Estado. Es por eso que nosotros decidimos hacer nuestra parte. Solo que asumimos, repe­timos, nuestra identidad política e ideoló­gica. Así como lo hacen los demás medios honestos de todo el mundo.

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Hablar con claridad no demerita el nivel del lenguaje. Al contrario, lo enriquece. El movimiento Fuerza Republicana es un conjunto de rejuntados. Empezando por el presidente Abdo Benítez que nunca fue colorado, sino descendiente de febrerista. Siempre fue estronista. O sea, parte de la dictadura que representó uno de los perío­dos más sangrientos de nuestra historia y la humillación y el menosprecio a los princi­pios más elementales del republicanismo. Hugo Velázquez es un hombre sin concien­cia ni escrúpulos que utilizó a la Fiscalía para presionar y someter a los comerciantes de Ciudad de Este, llegando a acumular una ostentosa e insultante fortuna, incluyendo caballos pura sangre, producto de la extor­sión y el chantaje. Y Nicanor Duarte Fru­tos es un personaje siniestro, con el ADN de la corrupción en su sangre, cuyo “máximo mérito” fue llevar a su equipo al descenso de categoría, en términos futboleros. En con­ceptos políticos, llevó al Partido Colorado a la llanura. Y que solo volvió de la “B” a la Pri­mera de la mano de Horacio Cartes. Hechos simples, hechos prácticos, hechos que puede entender el que quiera. Y como dice la Biblia: “El que tenga oídos, que oiga”.

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