Solo una persona sin un mínimo código de decencia y con una estructura mental perversa puede minimizar y tratar de ironizar una amenaza de muerte, repitiendo expresiones que certifican la putrefacción moral de un gobierno y de sus hombres y mujeres más visibles, tal como lo hizo el señor Mario Abdo Benítez respecto a la advertencia que había recibido el ex presidente de la República Horacio Cartes de que podrían atentar en contra de su vida. Advertencia que nació de los propios organismos de seguridad de la actual administración. Y decimos que el mandatario repitió un libreto que le pasaron porque hemos visto y comprobado en los últimos años que es incapaz de razonar por sí solo. Ha superado ampliamente a cualquier político que dedicó su carrera a hilar un rosario de absurdos, desatinos y adefesios lingüísticos. En los tiempos recientes, su libretista preferido es, también, un ex presidente, con quien lo une la misma categoría de irredenta maldad, resentimiento de clase y predisposición a utilizar los recursos del Estado, sin pudor alguno, para provecho personal y familiar. Estamos frente a un círculo que ha extraviado toda credibilidad posible, inspirado solo en los privilegios del buen pasar, mientras miles de familias se están hundiendo en la extrema pobreza. El mismo turbio círculo que desesperadamente pretende seguir encaramado a los placeres del poder, sepultando bajo escombros de latrocinios su misión de servicio y su función de transformación social, cultural, política y económica.
A este grupo de facinerosos, desembozadamente corrupto, de lenguaje procaz y ordinario, que revela el origen de sus emisores, ya le queda poco tiempo. Contaminaron todas las instituciones públicas, absolutamente todas, con atrocidades administrativas en grado de metástasis. No hay un solo día en que nuestros medios no denuncien un acto de corrupción. Con procedimientos burdos, desvergonzados y sin ningún sonrojo se dedicaron en los últimos cuatro años a desvalijar las arcas del Estado. Actúan con total desparpajo, como si robar fuera una cualidad natural y obligatoria del funcionario público, deshonrando a quienes cumplen con sus responsabilidades con dedicación y honestidad. Que son, por lo general, quienes menos ganan.
Si la pandemia representó una de las peores crisis de las últimas décadas (incluso, mundial), el gobierno de Mario Abdo Benítez es una verdadera tragedia para todos los estamentos sociales, pero, principalmente, para aquellos que venían luchando con abnegado sacrificio para mejorar su nivel de calidad de vida. La voracidad irrefrenable del Presidente, del Vicepresidente, de los ministros, secretarios ejecutivos y directores de entes binacionales ha condenado a miles de familias a una inseguridad alimentaria grave. El despilfarro y la improvisación fueron determinantes para que otros miles de trabajadores perdieran sus puestos laborales. Mientras, nuestros compromisos internacionales por deudas alcanzan picos nunca antes experimentados. Ese paisaje de desolación, miseria y luto es la herencia execrable que dejará el señor Abdo Benítez al próximo gobierno que asumirá el 15 de agosto del 2023.
Los recursos que se llevaron para comprar estancias, construir mansiones, incluso para sus hijos, adquirir vehículos de costos millonarios y prohibitivos para el común fueron recursos escamoteados a los estudiantes, a los obreros, a los campesinos, a los padres de familia y a las mujeres sostén de sus hogares. Lo hicieron sin ningún remordimiento porque hace años perdieron o, quizás, nunca tuvieron, aunque sea una delgada feta de conciencia. Este gobierno de abyectos y ladrones no puede dictar cátedra de moralidad a nadie. No tiene autoridad moral ni ética personal para criticar a sus adversarios políticos. Ha caído tan bajo que ni siquiera sus desaforados gritos llegan a los oídos ciudadanos. Y como dijimos ayer, los electores ya saben por quiénes votar. Y entre esas opciones no figuran, precisamente, los candidatos y precandidatos del movimiento oficialista Fuerza Republicana.
El castigo electoral en las urnas, el próximo 18 de diciembre, será una señal clara y firme de enérgico repudio a este gobierno de ladrones y corruptos. Pero no será suficiente. La Justicia tendrá que actuar también para que nadie quede impune. Será el primer paso obligado hacia la transformación del Paraguay en un país diferente y saneado.