En las últimas dos semanas, el Paraguay se ha visto sacudido por el atentado que le costó la vida al fiscal Marcelo Pecci, en Colombia, el martes 10 de mayo, y por el ataque que sufrió el intendente de Pedro Juan Caballero, José Carlos Acevedo, el martes 17, cuya muerte se produjo el sábado 21. Aunque uno de los hechos se dio en otro país, ambos acontecimientos tienen el mismo sello de origen, el crimen organizado, y envían un solo mensaje que tenemos que entender para empezar a actuar.
Ambos acontecimientos, que se produjeron al mismo tiempo que se registraban otros crímenes similares, estremecieron profundamente al Paraguay. Pusieron de manifiesto con la contundencia que tienen los hechos violentos que estamos prácticamente en las manos de los criminales, que con su accionar están queriendo someter al país a sus propósitos delictivos. Y que, si no se actúa con la rapidez y contundencia que requieren los hechos, se va a ceder más terreno a los bandidos.
En el afán de encontrar respuestas a este serio inconveniente, algunos políticos han dicho que es necesario crear nuevas leyes y que se esperaba la actuación del Poder Legislativo. Pero en realidad no se trata de redactar nuevas normas jurídicas, sino de aplicar las que ya existen para combatir el delito.
Si se analizan los hechos, el problema fundamental del país no es que falten leyes para enfrentar la delincuencia, como creen algunos. Hay suficientes disposiciones legales para hacer frente a los hechos criminales. El tema fundamental es que los que tienen que poner en práctica las medidas y enfrentar la delincuencia no lo hacen. Puede ser que no procedan por impericia, falta de decisión política o porque no son capaces de actuar debidamente. Lo que se puede subsanar solamente con la decidida actuación de las autoridades, haciendo lo que corresponde mediante políticas adecuadas y decisiones valientes.
La principal dificultad que afronta el Paraguay para contrarrestar al crimen organizado es la poca eficiencia del Poder Ejecutivo. Que no solo tiene la fuerza pública en sus manos, con los instrumentos legales y operativos, sino también el poder político para hacer frente al chantaje de los criminales.
Si el crimen organizado se ha instalado fuertemente en varias zonas del país, como en Amambay y otros departamentos, es por culpa de los poderes públicos que con su inoperancia les permitieron avanzar. Teniendo en cuenta que la criminalidad en el Amambay no es nada nuevo, y que el Estado tiene las leyes y los recursos de seguridad necesarios, el que se esté llegando a situaciones extremas es solo por la inoperancia del Gobierno. Que en este caso hasta podría considerarse como una actitud de complicidad.
La solución es que el Poder Ejecutivo se decida a actuar con toda la fuerza que requiere el peligro de ver al país acogotado por los delincuentes. No hay otra alternativa posible que accionar contra el crimen con el acompañamiento de los otros poderes del Estado. Continuar sin una política clara y sin llevar a cabo acciones contundentes para combatir con fuerza el delito es muy peligroso. Es invitar a los delincuentes a avanzar con sus negocios ilícitos y seguir matando gente sin parar.
El Gobierno Nacional está obligado a rescatar al país de las manos del crimen organizado y debe poner en marcha un urgente plan de acción. No hay ningún motivo legal ni fáctico para no convocar a todas las fuerzas de seguridad del país, compuestas por militares y policías, para esta lucha por uno de los más importantes intereses de la nación, que es la seguridad.
La Fuerza de Tarea Conjunta (FTC) debe incorporarse oficialmente a la tarea de seguridad en las zonas del Amambay y otros sitios para llevar a cabo el combate contra el crimen juntamente con la Policía Nacional. La lucha contra los delincuentes que están tomando cada vez más espacio en el territorio paraguayo es un problema de seguridad nacional. Porque son fuerzas extrañas que están invadiendo con ensañamiento no solo la geografía del país sino haciendo daño a la sociedad que vive en ella. Es hora de enfrentarlas con todas las fuerzas de defensa, como corresponde atacar a los peligrosos enemigos del país.