A raíz del atentado que causó la muerte del fiscal Marcelo Pecci en Colombia saltó el tema de la inseguridad y la falta de protección de las personas que por su tarea en la lucha contra el delito están expuestas a sufrir ataques; y que no están siendo resguardadas de manera adecuada por el Estado paraguayo y sus organismos encargados del asunto. El hecho de que el asesinato se produjera en otro país no es responsabilidad directa de Paraguay, pero el tema viene a cuento por las deficiencias y la falta de medidas de amparo que se requieren en nuestro país.
Exponentes de la Corte Suprema de Justicia y del Ministerio Público han llamado la atención sobre la necesidad de contar con más recursos financieros para la protección de magistrados judiciales y fiscales que están expuestos por la tarea que realizan contra los promotores del crimen.
Otorgar mayor seguridad a las personas no es solo un tema de más presupuesto sino de voluntad política para luchar de forma efectiva contra el crimen. Claro que hay que reforzar con mejores presupuestos. Pero el ingrediente principal para desterrar el terror y la mafia es el propósito sincero de combatir la delincuencia, que hasta ahora no se ha podido divisar. El hecho de que el Estado paraguayo no comunicara a Colombia la presencia en ese país de un fiscal que investigaba el crimen narco para protegerlo no es problema de presupuesto.
Aquí se requiere mucho más que fondos públicos o recursos monetarios para sueldos y comisiones. Se necesita una profunda transformación para un aparato policial hasta ahora poco eficiente, para un sistema de seguridad general que hace aguas y debe ser reestructurado y reencauzado.
El Estado paraguayo está aplazado en materia de seguridad y, así como están, sus instituciones no sirven para dar protección adecuada a la ciudadanía; que se evidencia en la inseguridad del día a día que soporta la sociedad paraguaya desde hace un tiempo.
Aunque la muerte del fiscal sucedió en otro país, es un caso emblemático que involucra profundamente a nuestra nación. Porque demuestra que los delincuentes y las mafias con domicilio en nuestro país tienen socios más allá de las fronteras y que para cometer sus delitos no tienen límites de ninguna laya.
El Estado paraguayo debe aprovechar la lección que nos enseña este hecho para tomar decisiones adecuadas y trabajar con eficiencia para otorgar protección a la ciudadanía y cuidar en especial a los más vulnerables. El Paraguay no puede seguir con la indefensión existente contra el crimen organizado, como ocurre actualmente. Es necesario hacer un fuerte golpe de timón para articular una nueva política de seguridad para el país, un sistema más adecuado para los nuevos desafíos que se están presentando. Las soluciones a medias no son suficientes porque hace falta una ofensiva estructural para la seguridad nacional.
El país debe conseguir las tecnologías más avanzadas en la materia, entrenar y preparar a los agentes y demás efectivos policiacos con los organismos más competentes del mundo y aprovechar la cooperación que ofrecen otras naciones para incorporar mejores técnicas en la materia.
Invertir más en la seguridad subiendo el presupuesto estatal, incluso con el apoyo de Itaipú y Yacyretá que tienen recursos que se pueden canalizar hacia los nuevos proyectos destinados a la protección. Lo fundamental es no contentarse con lo que se está haciendo porque es insuficiente y adoptar una política competente que constituya una garantía para la defensa de la ciudadanía.