Nada puede ser tan indignante como el proceso de deshuma­nización al que se somete al hombre despojándolo de todas o partes de aquellas características que lo definen como persona. Obligados por sus necesidades, algunos; inconsciente­mente, otros, sin embargo, la degradación final está configurada por aquellos que son absorbidos por una sumisión acordada al poder a cambio de privilegios. Sin carácter, sin dignidad y sin honor se adelantan pre­surosos para tratar de aclarar o reinter­pretar las expresiones de torpeza o petu­lancia de sus infatuados jefes de turno. La mayoría de las veces son enviados al frente con un trapeador que pretenderá limpiar los erráticos impulsos que se engendran en la soberbia. Una soberbia que obnubila e incapacita para la correcta y perspicaz lec­tura de las coyunturas. Condición que se agrava cuando el autor de tales e imprede­cibles contorsiones políticas tiene limita­ciones intelectuales muy pronunciadas. Y cuya demostración es fácilmente percepti­ble cada vez que recurre a la palabra como medio de comunicación. Decimos esto porque, a veces, los gestos implican mayor dureza o soberbia que el lenguaje hablado.

Tesis repetida la nuestra, en editoriales y artículos firmados en nuestro diario, de que la precandidatura del vicepresidente de la República, Hugo Velázquez, nunca fue com­partida por el jefe de Estado, Mario Abdo Benítez. Y que esta precandidatura no logró dar un salto cuantitativo en las preferen­cias electorales. Antes bien, se estancó y, de acuerdo con las mediciones de rango cien­tífico, con fuerte tendencia a retroceder. Ni administrando el anzuelo del poder pudo enganchar masivamente a quienes serían los soportes de su campaña y potenciales votantes de sus aspiraciones políticas.

Al presidente de la República le habrán convencido sin necesidad de esfuerzo alguno de que su candidatura para la Junta de Gobierno del Partido Colorado podría representar un empujón anímico y una fuerte marejada para engrosar prosélitos a las escuálidas filas del oficialismo. Una apreciación que no amerita más exigen­cias que la simple observación. Azuzado por esta idea, durante una ceremonia ofi­cial que tuvo lugar el viernes en la localidad chaqueña de Filadelfia profetizó que será “el presidente del Partido Colorado”, con­firmando así su firme y consciente decisión de violentar el Artículo 237 de la Constitu­ción Nacional. Con lo que nadie contaba es que Abdo Benítez iba a realizar un guiño cómplice al ingeniero Luis Pettengill, de quien se dijo recientemente que podría ser otro pretendiente del sillón de López, en representación de la Asociación Nacional Republicana. Es, quizás, la frase que más ha recorrido los medios, las redes y los ámbitos naturales del quehacer político en las últi­mas 48 horas: “Si le va bien en la interna de nuestro partido, si decide competir, yo voy a ser su jefe de campaña”. Frase que retumbó en el otro extremo del país, Ciudad del Este, donde se encontraba de gira proselitista el vicepresidente Hugo Velázquez, quien quedó completamente anonadado.

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Y aquí viene la razón de nuestro primer párrafo. Los asesores políticos del presi­dente de la República, con rango de minis­tros, Daniel Centurión y Mauricio Espínola (este último es adjunto), desesperadamente quisieron convencer a quienes podrían estar interesados en lo que diga el mandata­rio de que fue una expresión de cortesía, un guiño de aliento para que el ingeniero Pet­tengill ingrese definitivamente a la arena política. Ambos coincidieron en que “la dupla ganadora está conformada por Hugo Velázquez al Palacio y Mario Abdo Bení­tez a la Junta de Gobierno”. Esta es la triste tarea –aunque bien pagada– que ellos eligie­ron. Presionados por las circunstancias y convencidos de que el papel de bufones de la Corte es lo que mejor representan. Ningún dirigente de peso, hasta ahora, argumentó a favor de esta nueva incoherencia de Abdo Benítez.

Daniel Centurión fue un poco más come­dido. Mauricio Espínola, quien salió del anonimato por su cargo, no por una bri­llante trayectoria, fiel al estilo de los jóvenes que integraban la “tierna podredumbre” de la dictadura, salió a lanzar escupitajos y adulonerías por todos lados: “Las calum­nias y las difamaciones no van a poder con­tra las obras y la gestión del Presidente. El peso de las obras no cederán ante los peri­foneros asalariados” (sic). Como no tiene habilidades dialécticas ni maneja el len­guaje como herramienta de la política, solo le queda la obtusa vía del agravio sin sen­tido. Es probable que no haya podido dis­cernir con claridad lo que está pasando. No sería raro. Que fue el jefe de Estado –su jefe– el que realizó unos anuncios inquie­tantes para la estabilidad política de su gobierno y sobre el futuro de su antiguo compañero de fórmula para las elecciones del 2018. No puede endilgar a otros las per­manentes discordancias internas de Abdo Benítez. O no debería, si tuviera algún resto de dignidad.

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