Todo indica, y con razón, que este será un año exclusivamente político. Se vienen las internas simultáneas de los partidos de cara a las elecciones generales del 2023 que, evidentemente, van a alterar la agenda económica. Decimos evidentemente porque el Poder Ejecutivo decidió cargar sobre sus espaldas una de las (pre) candidaturas del Partido Colorado, hecho que necesariamente desviará su atención y gestión de apremiantes asuntos del Estado.
Entre esas cuestiones apremiantes figuran el aumento de la pobreza extrema, el desempleo, la desesperante inseguridad y las urgencias provocadas por la crisis sanitaria. En medio de un electoralismo que se avizora intenso, que ya arrastra a todos los ministros y directores de entes, será difícil, por ejemplo, cumplir a cabalidad con el proceso de la transformación educativa. O la de reconstruir un Estado que precisa ser más eficiente en la gestión y más transparente en el control. El 13 de enero de este año, una fecha histórica controversial de nuestro país, el presidente de la República, Mario Abdo Benítez, asumió de facto la jefatura de campaña del aspirante al sillón de López y también vicepresidente, Hugo Velázquez. Fue durante una concentración política realizada en la ciudad de Capiatá.
Y, lamentablemente, el jefe de Estado, lejos de honrar su condición de tal, se puso nuevamente el traje proselitista, con un discurso desaforado, altanero y agresivo que en nada colabora para atraer a los jóvenes que estarán en condiciones de votar por primera vez en unas elecciones generales. De esa franja etaria (18 a 29 años), un total de 1.457.882 ya fueron habilitados para las municipales de octubre del 2021. Esa cifra aumentará exponencialmente hasta el cierre de la inscripción automática, que será en abril de este año. Sin esa potencia dormida, indiferente, a causa de la mala praxis política, será imposible avanzar hacia una sociedad cívicamente madura, comprometida con la democracia y el desarrollo humano.
Cuando en los primeros meses de su gobierno el presidente de la República juró que iba a mantenerse prescindente de las cuestiones internas del Partido Colorado, sabíamos que era una promesa de cumplimiento imposible. Y así le hicimos saber desde este mismo espacio editorial. Era una mentira demagógica más en su desesperación por mantener la estabilidad del poder en tiempos en que las críticas tempranas empezaron a golpear con fuerza a su administración. Porque, también, tempranamente la corrupción inició su precipitada carrera de permear las diferentes capas de la función pública. La codicia y la incompetencia fueron los ingredientes que aceleraron la incorrecta utilización de los recursos del Tesoro. En algunos casos, hasta de manera burda.
Ningún presidente se resiste a la tentación de involucrarse en los asuntos internos de su partido, fundamentalmente en aquellas elecciones que definen el futuro de esa organización política. Ni aquí ni en los países democráticamente más desarrollados del planeta. Porque de esa confrontación podrían depender los destinos del país. De manera que el señor Abdo Benítez, ni por asomo, reunía las características de la excepción. No iba a escaparse de las reglas que marcan nuestro itinerario político de pretender dejar como sucesor a una persona afín a sus intereses. Lo que la ciudadanía reclama, y con justicia, es que esa acción política no deteriore aún más nuestra precaria condición económica.
Conociendo la escuela política de la cual procede, y a juzgar por su entorno y su propio comportamiento y temperamento, no solo iba a involucrarse, sino a utilizar todos los recursos del Estado, hasta los más mínimos, para intentar alcanzar su objetivo. Ese viejo cáncer que se combate en los discursos pero se desfigura en la práctica ya empezó a ponerse en marcha en Capiatá. Aunque para muchos es “apenas” un transformador de la Administración Nacional de Electricidad (Ande), es, al mismo tiempo, el presagio de lo que se vendrá a futuro. Más aún si la figura por la que está apostando el mandatario no despega, como así lo indican todas las muestras de intención de votos publicadas hasta el momento.
Apenas estamos en enero y el presidente Abdo Benítez ya demostró cuál será la orientación de su campaña a partir de ahora: la de la confrontación agresiva, el ataque sin argumentos y la descalificación del adversario por cualquier medio, preferentemente la calumnia y la difamación. Trillado camino que hartó a la ciudadanía y obstaculizó toda eficiencia en la gerencia pública.
Algunos ex presidentes de la transición democrática tuvieron la idea de dejar un sucesor en el Gobierno para dar continuidad a sus programas y proyectos inconclusos por imperativo del tiempo. Otros, probablemente, para que el manto de impunidad cubra sus actos de corrupción. Un Abdo Benítez exaltado pidió a su auditorio que se lo investigue una vez que concluya su mandato. Así deberá ser. El próximo gobierno que asuma el 15 de agosto del 2023 tiene la obligación moral ante la sociedad de destapar todos los actos de corrupción del presente. Y que el castigo sea ejemplar. Será su mejor carta de credibilidad.