Los hechos de inseguridad van cada vez en aumento en los prin­cipales centros urbanos del país y en regiones del interior. Los numerosos casos de asaltos armados, muchas veces con muertes, los secuestros que también dejan asesinadas a las víc­timas y la zozobra de andar por las calles ante la posibilidad de ser abordados por los asaltantes son temores que pesan en el ánimo de las personas. No se trata solo de una sensación, como una vez quiso mini­mizar un jefe policial, sino de hechos rea­les que con su carga de tragedia inciden en el humor de la gente.

Por eso cada vez que las autoridades quie­ren desconocer esos acontecimientos del día a día echando la culpa a la exageración de la gente demuestran una lamentable ceguera. Por poco no justifican el pade­cimiento de muchas personas de nuestra comunidad, porque en otras partes del mundo hay también delincuencia, porque según las estadísticas no estamos tan mal o por el pretexto que fuere.

La cuestión más relevante es la incerti­dumbre de qué le puede pasar a uno en la calle o el riesgo que implica despla­zarse a ciertas horas para ir al trabajo o a cualquier otro compromiso en lugares públicos. El problema no son las estadís­ticas que nadie conoce, sino el palpitar cotidiano de la realidad, lo que ocurre diariamente.

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Un ejemplo de este tipo de postura es lo demostrado por el responsable de la seguridad interna. El ministro del Inte­rior, Arnaldo Giuzzio, dijo que ni la mejor policía del mundo ha podido contra los delincuentes y que ni la famosa Scotland Yard, la policía de la capital de Gran Bre­taña, ha reducido hechos de violencia y asaltos. Lo afirmó el lunes a la mañana en el Palacio de López cuando la prensa lo encaró por el espectacular asalto en la localidad de San Antonio donde algunos bandidos se alzaron sin mayor resistencia con 1.600 millones de guaraníes del IPS, en medio de la gente que esperaba cobrar su aguinaldo, por no tener la seguridad policial adecuada. A la tarde, en la juris­dicción de San Estanislao, departamento de San Pedro, secuestraron a tres perso­nas que luego fueron ejecutadas y cuyos cuerpos se encontraron más tarde en un bosque de la zona. Estos acontecimien­tos deplorables duelen y están demos­trando con claridad que la inseguridad va ganando terreno en medio de nuestra sociedad, con todo lo que ello implica.

Nadie le pidió al ministro Giuzzio que justifique la capacidad de la conocida policía metropolitana de Londres, la famosa Scotland Yard. Lo que se quiere es que la Policía Nacional, que depende de su ministerio, luche contra la delincuen­cia con más fuerza y produzca los resulta­dos que la ciudadanía requiere para vivir tranquila.

Es comprensible que el ministro se sienta incómodo cuando se le hagan algunas preguntas o se le cuestione la tarea de las fuerzas encargadas de per­seguir el crimen. Todos sabemos que él ni nadie puede hacer milagros. Pero ninguno le ha pedido que, investido de poderes mágicos, realice malabarismos portentosos que están por encima de la capacidad de un mortal. Lo que la ciu­dadanía quiere es que se combata con mayor fuerza la delincuencia, se frene la ola de hechos violentos y se pueda ofre­cer una cierta tranquilidad.

Si no puede garantizar ese amparo a los paraguayos, tiene que tener la valentía de renunciar al cargo y dejar que gente más capaz lleve a cabo la tarea. De su parte será un acto de valor que hablará de su dignidad de persona.

En la más alta investidura de la Nación se tiene que evaluar la tarea de los minis­tros y realizar los ajustes que se requie­ren. Nadie es imprescindible en la fun­ción pública y siempre se puede conseguir alguien más capaz y confiable para una tarea determinada. El presidente de la República tiene que tener la disposición de remover a sus colaboradores cuando los resultados no se dan y realizar los cambios que aconsejan los acontecimien­tos. Si el ministro Giuzzio no responde a las expectativas y su trabajo frente a una de las carteras más delicadas no ofrece la tranquilidad que se necesita, como ocu­rre, tiene que remplazarlo.

El país se lo agradecerá.

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