La declaración del ministro Arnaldo Giuzzio tras la reunión en la comandancia, hace un par de días, por el tema de los indígenas que tomaron el microcentro, confirma una vez más que el secretario de Estado vive en una burbuja o un sueño del que no quiere despertar.
Giuzzio destacó “la actitud prudente de la Policía Nacional”, señalaron varios medios luego del acuerdo con los nativos para el retorno a sus respectivas comunidades. Esta expresión bien puede compararse a la serie de versiones que vienen desafiando la paciencia de la ciudadanía como la ya famosa “sensación de inseguridad” que alega para la inacción ante la ola de delincuencia que sacude a todo el país.
Evidentemente, el ministro vive en otro país, totalmente desatinado en su misión. Pareciera que sacó de la galera sus recientes argumentos refiriéndose al problema social desde todas las perspectivas, menos desde la política y estrategia de seguridad nacional.
La confrontación entre policías e indígenas es normal, estoy harto de los cuestionamientos, que se transmite información errónea, vamos a trabajar en la mejora del desarrollo de sus tierras, vamos a poner en condiciones sus títulos fueron algunas de las declaraciones del ministro en medio de esta última crisis que descolocó aún más sobre su misión como responsable de la seguridad interna. Habló de todo, menos del desborde en el que se reportaron varios policías y civiles heridos, incontables hurtos, vehículos incinerados y muchos otros terribles daños materiales, parte de los violentos ataques en la zona del Congreso Nacional.
Cero informes sobre la estrategia de seguridad. Una policía desmoralizada que siendo la fuerza del orden se dejó avasallar por patoteros que fungen de manifestantes. Esta es la realidad. “La actitud prudente” para el ministro Giuzzio es la inutilidad en la gestión para la mayoría de la ciudadanía que exige acciones y no “prudencia” ante los delincuentes que brotan como hongos.
Los delincuentes superaron ampliamente a la Policía, toman hasta el territorio donde reside el propio ministro del Interior. El sicariato ocurrido a solo dos cuadras de la Comisaría N° 53 de San Lorenzo, zona en la que vive Giuzzio, es un claro ejemplo del dominio de los malvivientes.
El sicariato ganó terreno en Central y la capital, ola de asaltos a diario, policías al servicio privado, uno de ellos con derivación fatal hace poco, bloqueo de rutas y otras vías del tránsito se han vuelto una costumbre. Hoy día se cierran avenidas principales hasta por manifestación a favor de ollas populares; la capacidad de administrar estas medidas de presión es casi nula.
La huelga de los camioneros dejó incontables pérdidas para todos los sectores productivos, la ineficiencia policial en la intervención de los actos violentos es un guiño para quema de vehículos, instituciones, invasiones a propiedades privadas, etc.
Uniformados con brazos caídos y la escasa atención a las tareas de los linces han arrebatado a la institución la moral de ser la fuerza pública para el orden y la seguridad. Esta es la realidad, no es ninguna sensación, hay terror infiltrado en todos los niveles.
Detrás de estos hechos de terror están políticos sin proyectos, instigadores que buscan sacar rédito de la miseria de los humildes campesinos e indígenas. Que tiran la piedra, esconden la mano desentendiéndose del caos generado, abandonando a su suerte a los pobres compatriotas.
Los vandálicos sucesos deben obligar al Gobierno a devolverle la moral a la Policía Nacional. Meses de pérdidas, de anarquía deben terminar; es momento de que la institución vuelva a pisar tierra, con estrategias de seguridad que apunten a acabar con la delincuencia y las excusas absurdas que dan oxígeno a los criminales. La Policía no está para ser prudente con los bandoleros, sino para combatirlos.