El analfabetismo y la pobreza son dos rotaciones constantes que eternizan el círculo. A partir de esta reflexión con aspiraciones axiomáticas, se ha buscado siempre en la educación la vía más certera para alcanzar el desarrollo humano y el crecimiento eco­nómico de los pueblos. Con esa generalizada creencia se estableció el paradigma de que los países que más invierten en este campo son los que más rápidamente avanzan hacia un estado de bienestar equitativo y sostenible en el tiempo. Es la ventaja competitiva que dife­rencia comparativamente a las sociedades. Es por ello que la carrera por mejorarla y per­feccionarla –a la educación– tiene un hori­zonte en permanente movimiento.

Las fallas estructurales en nuestro sistema educativo fueron siempre focos de preo­cupación de técnicos, expertos, padres de familia, organizaciones gremiales de docen­tes y de estudiantes. Los indicadores inter­nacionales nos ubican entre los más reza­gados de la región y del mundo. Es por esa razón que, desde aquella reforma, arrancó paralelamente con el inicio de la era demo­crática en el Paraguay, hoy se quiere llegar a una profunda transformación que tenga a la escuela como centro de todos los cambios que habrán de introducirse en el sector, tal como lo planteara no hace mucho el cono­cido investigador Melquiades Alonso.

Una nación donde todo ha fracaso, menos la educación, siempre tendrá la posibilidad de salir adelante, decía un pensador latinoame­ricano. Nosotros seguimos dando tumbos, sin acertar el norte a pesar de los intentos. Sin embargo, no podemos ignorar ni menos­preciar –aunque sí criticar mediante regis­tros medibles– lo que se hizo en los últimos treinta años, con aciertos y con errores. Si estamos hablando de “transformación” es porque existe una base construida con ante­rioridad y que precisa ser modificada. Y pre­cisa ser modificada porque no pudo satis­facer las expectativas en cuanto a calidad y eficacia en el rendimiento escolar. Hubo avances, según lo demuestran las estadísti­cas referentes a la absorción y duración de la permanencia en el sistema. Pero no se con­siguió construir capital social en las comu­nidades educativas. Es decir, no lograron consolidarse las relaciones entre padres, docentes, alumnos y líderes regionales en un marco de confianza, compromiso y coo­peración en términos deseables. La reforma se redujo, entonces, únicamente al ámbito del aula, pero no desde el aula. Con los resul­tados deficitarios ya explicados.

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El masivo aplazo de los docentes que con­cursaron para cargos de directores de escuelas y colegios de todo el país es el reflejo de lo que se quiere transformar. El punto de partida para concretar la tan anhelada propuesta es un documento denominado “Análisis del Sistema Educativo Nacional”, elaborado con la contribución de expertos de dos universidades extranjeras. Quizás el punto más resaltante es el cuestionamiento a las “estructuras que se centran más en el control y en procesos burocráticos que en el apoyo pedagógico”. Es justamente este aspecto crítico el que se reproduce durante los debates orientados a socializar las estra­tegias claves de la anunciada transforma­ción. Aunque el ministro de Educación y Ciencias, Juan Manuel Brunetti, asegura que todas las partes involucradas pueden y deben ser protagonistas en estas jorna­das, los aportes no serán sustantivos si solo se reducen a tomar apuntes de las inquie­tudes de la comunidad educativa en su con­junto. La participación de los sectores invo­lucrados no debe limitarse a lo testimonial, con ráfagas presenciales en los encuentros donde se explican los objetivos y el fin de la transformación educativa. Es fundamen­tal que los actores que representan a los diferentes componentes del sistema estén posicionados en los lugares de decisión. Los foros son importantes para socializar, pero insuficientes para un cambio profundo que apunte hacia una educación democrática, pertinente, equitativa y de calidad.

El documento base de la discusión es solo eso, así como lo explicamos: un punto de partida. La transformación educativa adquirirá sentido con la inclusión de todos aquellos aspectos que son considerados imprescindibles para que nuestro sistema educativo pueda, por fin, transitar sobre parámetros que contribuyan a alcanzar la sociedad del conocimiento, que implica la incorporación de las tecnologías de la infor­mación y de la comunicación en un mundo cada vez más interconectado social, cultu­ral y económicamente. Pero con ese com­ponente vital que en los últimos años se ha descuidado: el énfasis en valores éticos y democráticos que facilite al proceso de ense­ñanza-aprendizaje y así catapultarnos hacia la sociedad con la que todos soñamos.

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