A medida que va transcu­rriendo el tiempo en esta época signada por el corona­virus y sus consecuencias, aparte del dolor por los desaparecidos, la ciudadanía está aprendiendo prove­chosas lecciones para valorar y cuidar la vida como el bien más preciado.

El daño causado por la emergencia ha sido mucho más severo para nuestro país a partir de abril último, cuando se inició la avalancha de altas cifras de contagiados y fallecimientos. Todo lo que se ha vivido en materia sanitaria y social ha sido extremadamente dolo­roso para miles de familias y ha puesto en aprietos a los responsables del país porque se sintió claramente el resul­tado de la improvisación y la escasa inversión en salud. El temporal sanita­rio al parecer no golpeó tan fuerte a la economía, que continuó con su ritmo ascendente, pero ha dejado heridas difí­ciles de curar que han mostrado nues­tra debilidad en lo social y político.

Agosto comenzó con nuevas esperanzas en el avance contra la pandemia luego del tranquilizador julio y el pésimo junio, que fue el mes con más cantidad de fallecidos por covid-19. Esto, luego del récord de contagiados de mayo.

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Los últimos cuatro meses han sido los más difíciles por la gran carga de enfer­mos y fallecidos. Pero en julio ha amai­nado el temporal epidémico, situa­ción que da esperanzas de que en los meses siguientes se pueda avanzar en el mismo sentido para lograr un pano­rama tranquilizador. Aunque la ame­naza de la variante Delta que ya está en el Paraguay no permite ser muy opti­mistas.

A partir de marzo crecieron abrup­tamente los números de fallecidos, al igual que los de contagiados, pues los muertos aumentaron en 121% y los nue­vos enfermos en 110%. El incremento continuado hizo que en junio se llegara al pico más alto de decesos, con 3.709, siete veces más que en enero. En mayo, la cantidad de enfermos ascendió a un récord de 76.307 casos, tres veces más que en el primer mes del año.

A pesar de que en junio se alcanzó la mayor cantidad de decesos por mes, con un promedio 124 por día, fue el comienzo de la disminución de nue­vos contagios, pues la cantidad de casos declinó en 11% frente a mayo. Pero fue en julio cuando el número de falleci­dos empezó a reducirse fuertemente con una caída de 43,76%, ya que de 124 muertos por día en junio disminuyó a 67. Los nuevos casos siguieron mer­mando con fuerza, ya que del promedio diario de 2.263 en junio bajó a 939, un descenso de 57,14%, lo que repercute en la cantidad de hospitalizados.

La suma de enfermos internados en los hospitales era de 3.131 el 30 de junio, con 541 de ellos en terapia intensiva. Al 31 de julio llegaba a 1.254 pacientes, 315 en cuidados intensivos. Cayó en 60% la cantidad total de gente hospitalizada y la de terapia intensiva disminuyó en 41,78%, datos significativos para eva­luar la situación general.

La dura experiencia vivida hasta ahora deja algunas lecciones muy impor­tantes que se deben aprovechar. Es imprescindible avanzar en la rápida inmunización de la mayor parte de la población, pues está visto que en este momento no hay mejor arma contra el mal. El último mes se ha progresado en la materia, pero el total de inmuniza­dos sigue siendo poco, pues hasta el 1 de agosto, a las 18:00, se habían vacunado 2.161.272 personas, lo que representa el 29,39% de la población paraguaya. Y la vacunada con ambas dosis llega a cerca del 5%. Por ello, Paraguay está entre los países con menos gente inmunizada, solo detrás de Venezuela que ocupa el primer lugar en baja vacunación.

La enseñanza principal que deja esta situación es que hay que realizar con urgencia grandes inversiones en salud pública para no revivir la angustia de no tener lugar en los hospitales y de no contar con medios suficientes para encarar las emergencias. Al lado de otros países somos uno de los que menos invierten en la seguridad sanita­ria de su gente.

Por ello urge una política que garantice la protección de la salud que sea gra­tuita y médicamente adecuada para los que vivimos en este país.

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