La ideología, en la teoría general, es definida como un sistema de creencias políticas, que incorpora un conjunto de ideas y valores que tiene como objetivo orientar los comportamientos políticos colectivos. Algunos intelectuales acuerdan que esa conceptualización es la más aceptada en el mundo académico. Es ahí donde gran parte de la sociedad se divide en compartimentos irreconciliables entre las denominados “la derecha radical” y la “nueva izquierda”, aunque esta última, no por ser “nueva”, abandona su carácter igualmente radical según las evidencias del ejercicio práctico del poder. O los métodos a los que recurre para tratar de acceder a los espacios de representación y de gobierno. Decimos gran parte de la sociedad porque miles de electores siguen guiándose por los liderazgos fuertes, o carismáticos, dentro de sus organizaciones partidarias, y no precisamente por ideologías. Y, también, por los símbolos con que se identifican. En tanto algunos sectores se dejan guiar por falsas motivaciones que terminan en una conciencia engañosa, que enmascara las verdaderas razones de la acción política.
En la Cámara de Senadores se ha creado un monstruo que pretende proyectar una falsa superioridad, partiendo de engañosos juicios de valores, que tiene como inocultable propósito dinamitar las bases de nuestra democracia que, aunque imperfecta, nos abre la posibilidad de una convivencia basada en el respeto, la tolerancia y la libertad de optar por nuestro propio camino. Con un sofisma que solo convence a quienes ya estaban anticipadamente convencidos se busca presentar, con la ayuda de medios amigos, a esta cámara como la guardiana de todos los derechos, incluyendo los humanos, cuando, en realidad, esa mayoría provisoria solo ha servido para garantizar la impunidad de legisladores –si cabe la expresión– demostradamente corruptos, entre ellos, uno que sistematizó el robo de la merienda escolar de los niños y niñas de su departamento.
Este conglomerado ideológico, que incluye a algunos colorados provechosamente desorientados, no tiene afinidades programáticas, pero, sí, una hoja de ruta que, claramente, aspira llegar al poder por atajos que no son democráticos. Entre sus rostros más visibles se encuentran conocidos impulsores de las invasiones de tierras, casi todas productivas, contrariando expresas disposiciones de la Constitución Nacional. Producto de ese acuerdo inmoral, casi pornográfico, el principal agente de estos procedimientos que agravian al Estado de derecho, el senador Pedro Santa Cruz, fue designado como representante de la Cámara Alta ante el Consejo de la Magistratura. El senador Santa Cruz es adherente del Partido Democrático Progresista, el mismo partido de la senadora Desirée Graciela Masi Jara, una de las parlamentarias mimadas del presidente de la República, Mario Abdo Benítez. Por lo que es fácil deducir que el jefe de Estado es consciente de estos enjuagues que irán deteriorando su propio gobierno.
El partido al que pertenece el señor Abdo Benítez, desde una perspectiva histórica e ideológica, tiene una visión clara sobre el derecho a la tierra de los más desposeídos. Los sucesivos programas de gobierno de la Asociación Nacional Republicana resguardan ese inalienable derecho. Cada paraguayo debe contar con una parcela, mediante mecanismos democráticos y sin infligir injusticias a los particulares. De manera alguna nuestra posición es contraria a que un compatriota tenga un pedazo de tierra para vivir y cultivar. El Congreso de la Nación tiene las herramientas para cumplir con ese cometido. También el Poder Ejecutivo. Pero jamás por la vía de la ideología de la violencia que practican por igual los oportunistas y los sinvergüenzas, mezclados en este conglomerado sin identidad, pero con intereses, en la Cámara de Senadores.
Desde este abigarrado grupo de rejuntados por intereses económicos y confusiones ideológicas se proyectan posiciones políticas, pero carentes de valores. Alientan movilizaciones desde la comodidad de una vida burguesa, disfrutando del champán y del caviar. Un contrasentido con sus proclamas a favor de las “clases proletarias”. Buscan orientar los comportamientos políticos, pero escondiendo las manos. Todos los totalitarismos, sean de derecha o de izquierda, son repudiables, incluyendo su dulcificada expresión de autoritarismo. A nuestro país le costó mucho alcanzar la democracia. Hubo muertos y desaparecidos. Y en esta interminable transición ha demostrado que no renunciará a ella. Eso deberían aprender quienes desde sus encumbradas curules de senadores siguen pensando que somos un pueblo de cretinos.