En este inquietante año, el covid ha puesto a la humanidad con­tra la pared con su enorme complejidad y los desafíos de su abordaje.

En medio de tantas tribulaciones y en la zozobra cotidiana por lidiar contra situa­ciones extremas como allegados o fami­liares en riesgo de muerte o fallecidos a causa de la pandemia, hay un llamado potente que no podemos dejar de escu­char: la necesidad de revalorizar la vida.

Ello supone diversos frentes: el personal, en el sentido de plantearnos un proyecto de vida más sana, alejados de la tentación cotidiana del sedentarismo, la alimen­tación poco balanceada, la ausencia de aplicación a programas de vigor físico y la nunca bien abordada cuestión de la salud mental. Peor aún, luego de estos tiempos pródigos en situaciones de estrés, la salud mental debe ser una cuestión de enfo­que en nuestras vidas para evitar que las secuelas se transformen en conductas de violencia o agresividad.

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El otro frente importante es la salud del medio ambiente. Es innegable que gran parte de los males que agobian a la socie­dad actual deriva de su descuido fatal del balance del ecosistema. El uso ilimitado de los recursos, la pérdida de las masas boscosas, la contaminación de los mares, la producción industrial de químicos degradantes de la atmósfera suponen solo una parte del paquete agresor del sistema que debería sostener nuestra salud desde un medio sano. Pese a los esfuerzos, los científicos y voluntarios que trabajan esta problemática no han logrado horadar hasta hoy la indiferencia de las autorida­des en este aspecto.

Un aspecto importante de salud social es la convivencia. Nuestras sociedades se han transformado en una forma de cani­balismo que ejerce la violencia por fac­tores absolutamente injustificados. Los reportes de la prensa sobre los hechos violentos que se producen y que generan repudio y dolor son una muestra. Esta convivencia no se logra solamente con reforzar los sistemas de seguridad por parte del Estado, sino mediante un con­senso social que privilegie la solidaridad entre las personas.

Otra cuestión que se debe trabajar tiene que ver con un clamor de líderes mundia­les como el papa Francisco y consiste en poner al ser humano en el centro de la pre­ocupación. Ello supone invertir en inves­tigación científica sobre su salud y sobre su futuro. En estos tiempos estamos con­templando cómo en todo el mundo se realizan gigantescos esfuerzos urgentes para balancear los estragos causados por el covid: estas contingencias podrían evi­tarse si existiera una suficiente inversión en salud que cubriera convenientemente a las personas, si los Estados invirtieran adecuadamente en investigación cientí­fica y educación sanitaria.

Lo último tiene que ver justamente con el tema de la educación. Lo que la pandemia deja como lección es que la vida depende mucho más de valores y principios que de muchas cuestiones accesorias que se han endiosado en todos estos tiempos. Tales valores y principios deben se instalados nuevamente como norte en la formación de las personas, principalmente en niños y jóvenes que se perfilan hacia la consti­tución de una generación que liderará el futuro inmediato.

En general, este hecho tan impactante en nuestras vidas no puede pasar sin dejar lecciones. Ello sería el colmo de la necedad. Deberíamos aprender de esta situación que sumió en desgracia a tantas familias. Lo que está en prueba es nuestra capaci­dad de ser humanitarios, de comprender que estas circunstancias pueden repetirse reiteradamente si no cambiamos el eje de nuestra relación con el medio ambiente y nuestra sociedad, si no damos prioridad a la ampliación de recursos en campos vita­les como la salud y la educación.

Dentro de todo, también es cierto que la solidaridad ha surgido a borbotones. Ello constituye el mejor costado de este año doloroso. El ser humano se ha manifes­tado dispuesto a dar una mano al seme­jante. Es importante que ese mensaje lo capitalicen los líderes y se transforme en una forma de convivencia más ética y saludable.

Etiquetas: #Revaloriza#vida

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