El Paraguay es el país de esta parte del mundo que menos casti­gado está en su economía por el impacto ocasionado por el covid-19, comparado con otras naciones cercanas que han recibido golpes de mayor enver­gadura. Eso es lo que dicen los organismos internacionales, como el Banco Mundial, cuando hacen un repaso de la situación de América Latina.

Pero esa relativa mejor situación no significa que ciertos sectores de la población para­guaya no hayan disminuido su bienestar y que el número de pobres no haya subido a porcentajes elevados. Es más, hay analistas que pronostican que el número de perso­nas pobres crecerá este año en proporciones parecidas a las del 2020 y que debido a eso se podría llegar a un índice de pobreza del 30%. Y así, de cada 10 paraguayos, 3 serán pobres.

El incremento de pobres será por efecto de la situación provocada por la pandemia que, aparte de hacer estragos en la salud, ha causado situaciones muy duras para los más vulnerables del país. Si la situación económica y social mejoran de manera sig­nificativa porque se toman medidas acerta­das, puede ser que ese peligro no llegue.

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Como alguien resumió, Paraguay tiene el consuelo del menor impacto de la pande­mia en su producto interno bruto (PIB), según los cálculos, pero eso no quita que el sector más desvalido del país haya dejado de sufrir el manotazo de la pandemia en sus recursos económicos y en sus ingresos monetarios.

El Instituto Nacional de Estadísticas (INE) señala que el índice de pobreza subió en el 2020 al 26,9% de la población, 3,4 puntos porcentuales más que la cifra registrada en el 2019, que era de 23,5%. Con ello se supe­raron los niveles que se tenían en el 2015, cuando la pobreza afectaba al 26,6% de los paraguayos.

Si se estima que la población actual del país es de 7.500.000 individuos, los pobres suman actualmente 2.007.500 personas, por lo que, uno de cada cuatro habitan­tes, no tiene lo suficiente para vivir digna­mente.

De acuerdo con el organismo estatal, el valor monetario de la canasta ordinaria de consumo en la zona urbana se estima en 712.618 guaraníes mensuales por cada per­sona. En tanto que la canasta básica en el área rural se estima en 506.201 guaraníes por cada individuo. El organismo estatal sostiene que, si el Estado no hubiera reali­zado las transferencias monetarias y ayu­das similares para contrarrestar los efectos de la pandemia, el índice de pobreza habría alcanzado cifras superiores al mencionado, superando incluso el 30%. Gracias a ello, 233.000 individuos se salvaron de pasar a la pobreza, según el instituto estadístico.

Con base en esas cifras, algunos analis­tas, como el ex ministro de Hacienda César Barreto, sostienen que este año el porcen­taje de la pobreza podría subir y llegar al 30%, que no sería muy difícil luego de haber alcanzado en el 2020 el 26,9%. Dijo que varios sectores han quedado muy golpea­dos debido al paro económico del 2020 y no han podido reaccionar todavía. Sostuvo que la pobreza aumentó el año pasado a pesar de la ayuda monetaria del Estado y que este año subirá más aún, incluso con el socorro estatal.

Esta situación implicaría un retroceso grande si se tiene en cuenta que desde los primeros años del nuevo siglo se ha venido progresando gradualmente hasta alcan­zar el 23,5% de pobres en el 2019. En el 2002, durante la administración del presi­dente González Macchi, la pobreza ascen­día al 57,7% de la población nacional.

Teniendo en cuenta esta realidad, es fun­damental que el Gobierno haga una buena gestión para propiciar el mayor movimiento en la actividad económica. Porque la pro­ducción, el comercio y los servicios tienen efectos multiplicadores que producen el aumento de bienes, aseguran el empleo, el incremento de puestos de trabajo y el alza del consumo.

La lucha contra la pandemia será larga y dura. Si sus efectos siguen fuertes y no se los puede frenar, habrá mayor cantidad de decesos y aumentará más la pobreza. Pero para impedirlos y procurar una salida, el país necesitará una economía fuerte que pueda resistir los embates de la enferme­dad y así emprender el camino de la recu­peración.

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