El país inicia la segunda mitad de abril en medio de su peor catás­trofe médica de los últimos tiempos, con un trágico récord en cantidad de muertos por el coronavirus que avanza implacable cada día con mayor cantidad de contagiados. Los números que se van conociendo día a día golpean con su terrible crudeza con cifras jamás espera­das que parecen arrancadas de una pesa­dilla. Al mismo tiempo la ciudadanía y los diversos sectores dedicados a producir, comercializar y realizar servicios están luchando fuertemente por sobreponerse a los golpes recibidos hasta ahora, segu­ros de que con el trabajo eficiente podrán alcanzar sus objetivos de bienestar.

La tragedia sanitaria es real con toda su crueldad, pero hay que seguir caminando por los senderos de la existencia en medio de la lucha cotidiana con todas las fuerzas y las ansias de vivir.

Las cifras de la progresión del mal han lle­gado a ser aterradoras el martes 13 de abril, y son para asustar hasta al más pintado. Ese día se alcanzó el triste récord de 89 falle­cidos en una sola jornada, once más que el viernes anterior, cuando murieron 78 personas. Estos números están muy por encima del promedio cotidiano de fallecidos de marzo, cuando se registraron 33 dece­sos por día; de febrero, cuando murieron 17 personas por jornada; o de enero, cuando se contabilizaron 15 muertes diarias.

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Otro dato llamativo es que en esa jornada también se apuntaron las cifras más altas de enfermos internados en todo el país, con 2.888 pacientes. También tuvo el pico máximo de pacientes en las unidades de terapia intensiva con 485 personas, 39 más que el récord anterior de 446 internados. Aunque estos guarismos podrían ser sobre­pasados en los próximos días, constituyen números muy elevados, si se recuerdan los de meses anteriores, como marzo, cuando en las tres primeras semanas el promedio de internados alcanzaba 1.500.

El impacto que implica recibir la noticia de la muerte cotidiana de decenas de perso­nas, muchas de ellas conocidas o allegadas, es un golpe sicológico de dimensiones bru­tales que puede hacerle perder el equilibrio hasta al más sereno. Por eso cada día que pasa es una nueva prueba para todos, para mantenerse firmes en la lucha cotidiana cuidándose y cuidando a los demás. Aunque muchos, por ignorancia o imbecilidad, no se percatan de que con su irresponsable acti­tud de no cuidarse de la enfermedad ponen en peligro sus vidas y las de sus allegados, como una bomba de tiempo que espera su momento para estallar.

En medio de este complejo panorama, muchos se preguntan qué hacer y hacia adónde ir ya que la situación no pinta muy tranquila. Y para ello nada mejor que saber que el país no termina en los hospitales, sino que vive, palpita y se esfuerza en los cam­pos agrícolas y ganaderos, en las fábricas, en los comercios, en la calle que pulula de per­sonas que van a trabajar para alcanzar su sobrevivencia.

También forman parte importante de la rea­lidad los logros que tienen su peso específico en la vida cotidiana. Al mismo tiempo que muchos sufren los golpes de la pandemia, miles de personas, empresas y entidades tra­bajan para sostener el aparato económico y para conseguir recursos que después tendrán como destino la cobertura de los gastos de salud y las otras necesidades de la sociedad.

Por eso es bueno exhibir como bandera de triunfo que el país continúa el esfuerzo para recuperar la economía, cuyos frutos pueden alcanzar a las personas que se debaten en medio de la enfermedad, la incertidumbre y la pobreza.

En este momento muy especial de la vida de la nación debemos utilizar nuestros mejo­res recursos y aprovechar nuestras fuer­zas para derrotar juntos al mismo enemigo. Esto implica no dar facilidades al adversa­rio y que tenemos que usar todas nuestras armas para el mismo objetivo.

El Gobierno debe comandar la estrategia educando a la gente y controlando a los dís­colos para imponer los cuidados sanitarios que se requieren para disminuir los conta­gios. La ciudadanía debe sumar su esfuerzo para impedir el avance de la pandemia.

No podemos permitir que continúe la trá­gica estadística, pues aumentará el sufri­miento de todos. Y nos veríamos obligados a preparar cada vez más tumbas.

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