Entre todos los tipos de modelos políticos que exis­ten, la democracia es, sin duda, el régimen que tiene mayor vocación por el diálogo. Es, por tanto, sinónimo de consensos. Estos son alcanzados poniendo en marcha las herramientas democráticas de la comunicación, la sensatez, la visión y la empatía para que los distintos acto­res políticos –mayorías y minorías– ejecuten su derecho a expresar sus puntos de vista para ser tomados en cuenta y llegar a acuerdos con benefi­cio para todos. Es decir, en democra­cia el diálogo guía las relaciones entre los actores políticos, y entre estos y la ciudadanía. En los momentos turbios de la República, cuenta la historia que la asonada era el lenguaje del poder; en los modernos tiempos que vivi­mos el diálogo es el verdadero poder y debe quedar para los anales que en este siglo la violencia cesó y las voces se alzaban para encontrar mejores caminos con paz y cordura.

Si bien el Gobierno causó a más de uno un justificado fastidio con su improvisación e imprevisión al ges­tionar la pandemia, y afectó a la ciu­dadanía en sus escuálidos bolsillos, también en los últimos días todos somos testigos de cómo la cabeza del Ejecutivo asumió el camino de la expiación aplicando cambios de hom­bres en su gabinete ministerial, ace­lerando la gestión para la llegada de las vacunas anticovid, habiendo casi eliminado la falta de medicamentos en los hospitales públicos, entre otras gestiones.

Si bien el camino de la redención pudo haberlo iniciado antes del des­contento ciudadano, que en la calle hizo sonar su punto de vista, lo importante es que ya existe una señal clara de avanzar por esta ruta, la de hacer sus deberes con buena letra, y tiene la lección aprendida que no hay lugar a más errores.

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En el escenario descrito anterior­mente, queda muy forzado, por no decir trasnochado, insistir en el uso de la violencia, en su pura expresión, como instrumento de reconstrucción y de búsqueda de la paz, tal como vie­nen repitiendo en las últimas horas adherentes de ciertas agrupaciones ciudadanas, que invocan un “plan de emergencia” para insistir con la caída de las autoridades del Gobierno a fin de dar paso al desgobierno. Ellos lo ven como un acto positivo donde el “desmadre” sería la madre que geste la solución a los problemas de la República. Este cháke en el fondo no es más que una estrategia de cam­paña electoral, que pretende forta­lecer su anémica imagen apelando al conflicto como una herramienta propagandística para sumar algunos votos.

En otras palabras, los convocantes de la violencia en este escenario de pande­mia, luego que ya empezó la remisión gubernamental, solamente son pesca­dores en río revuelto, enemistados con el diálogo, que es la herramienta vital para alcanzar consensos en democra­cia. Quienes así actúan son políticos y politiqueros, pero no son verdaderos demócratas, con sincero interés en rei­vindicar las aspiraciones de la mayoría.

Paraguay vive un momento trascen­dental y la forma en que resolvamos esta pandemia determinará el futuro de nuestros jóvenes y de la nación, en todos sus órdenes. La pandemia no es el mejor escenario para trasnochadas aventuras de asonadas, en tanto que el diálogo sí es la base en democracia para resolver los problemas emergen­tes que nos aquejan.

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