Como siempre lloramos sobre leche derramada cuando la ausencia de políticas públicas deriva en un hecho catastrófico como el que vivimos en Nochebuena con un sector del barrio Ricardo Brugada, que comprometió incluso la estructura del histórico Cabildo. Como se recordará, la manipulación de un petardo concluyó con decenas de viviendas precarias convertidas en escombros, y una historia que pudo haber sido aún más grave si no fuera por la tarea de los bomberos y el rápido desalojo de los ocupantes.
Pero una vez más queda al descubierto ese dramático costado que tiene una ciudad que aloja cinturones de pobreza que requiere de la atención de políticas públicas, y, por sobre todo, de políticas habitacionales que concluyan de una vez con la larga historia de relación accidentada entre el centro de Asunción y sus bañados.
La historia es propia de todas las urbes: por los procesos de oportunidad laboral fundados en la actividad informal, se van estableciendo en las proximidades de las zonas con mayor movimiento, emplazamientos humanos que al no tener condiciones económicas, oportunidad laboral e infraestructura mínima, van estableciendo sistemas de asentamientos precarios basados en la proximidad del centro, pero con lógicas de instalación sumamente endebles, hacinadas y sin regulación alguna, todo lo cual solo constituye una bomba de tiempo.
Los cinturones de pobreza son un asunto que hace décadas se mastica en la boca de los políticos, reaparece siempre en las épocas electorales, pero nadie jamás hizo nada concreto por ellos hasta el Gobierno del 2013 al 2018. El gobierno de Horacio Cartes, iluminado por la visita del papa Francisco, tuvo una inspiración modelo que Marito solo tenía que imitar, y no solo no imitó sino también descuidó hasta la marginación: el barrio San Francisco.
El barrio San Francisco y los proyectos relacionados constituyen un caso de éxito que solo debía replicarse para asegurar que las políticas públicas de vivienda siguieran un camino seguro. Pero no fue así. El actual gobierno no solo postergó al barrio nuevo, solo porque era un logro significativo del gobierno anterior, sino también fracasó en sostener un mínimo de gestión en materia de viviendas, lo cual concluyó en una primera etapa nada menos que con la triste salida obligada del ministro del ramo, quien estuvo mucho más en los medios por sospechas de mala gestión que por buenas obras.
¿Qué hizo el gobierno de Cartes que incluso las experiencias prosocialistas, como la etapa de Fernando Lugo, no pudieron pensar? Pues sencillamente el dar una solución estructural allí donde todos solo “picoteaban” electoralmente con sus soluciones parche, porque -si bien asquea decirlo- diversos sectores políticos, de izquierda y derecha, siempre “vivieron” políticamente de la pobreza de los bañados por su condición de “voto barato”. Fue la administración de Cartes la que diseñó un proyecto que iba mucho más allá del barrio San Francisco (que ya fue una obra excepcional) que solo debía seguirse como una línea de puntos a la que solo hay que trazarle una línea.
La consistencia de los gobiernos se basa en los liderazgos nítidos, en las personas adecuadas que colaboran con tal liderazgo y con la capacidad de pensar y ejecutar proyectos que transformen las condiciones de vida de los pobladores. Para lograr tal inspiración -sin embargo- existen dos condiciones fundamentales: la vocación de abrir una brecha de oportunidad y la transparencia en la tarea. Si no se unen ambas condiciones el riesgo es el fracaso.
El triste episodio de la pasada Nochebuena reflota un tema conocido: la ausencia de tradición de las políticas públicas hace que los gobiernos entrantes no aprovechen la fortaleza de los gobiernos salientes porque prima la venganza barata e incluso las ganas de deteriorar el legado, como ha pasado con el barrio San Francisco. Ante ello se impone que surja una nueva mentalidad a nivel de los liderazgos nacionales, para que se comprenda que las obras de un gobierno no “reemplazan” las obras del gobierno anterior, sino las proyecta y las mejora, de manera que se pueda confiar en un futuro con políticas públicas sostenibles.
El haber convertido -en dos años- un barrio modelo en un conglomerado de viviendas marginadas de servicios, no es otra cosa sino un fracaso, porque lo único que se precisaba era continuar lo bien hecho. Ojalá vuelva a surgir esta inspiración y que se multipliquen los barrios San Francisco y un día ello suponga una salida global, honorable y digna para la situación de los “bañadenses”.