Las elecciones en los Estados Unidos siempre son una oportunidad para recordar que se trata de un fuerte liderazgo de la expresión democrática mundial, aun con sus múltiples imperfecciones y dificultades. Por lo tanto, un evento eleccionario en “la cima” de la política mundial siempre será una buena ocasión para ratificar la confianza en una forma de convivencia cívica que no tiene sustitutos: la democracia.
Pero los hechos que se han suscitado en los Estados Unidos antes y después de las elecciones, muchos de ellos inéditos en la historia de este país, son inspiradores de una búsqueda que debería ser constante: la mejora en la calidad de la democracia.
En el caso del Paraguay, particularmente necesitamos avanzar hacia condiciones de convivencia en la civilidad que optimice por lo menos tres líneas: la lucha contra la corrupción, la tolerancia y la construcción creativa de un escenario de oportunidades para las nuevas generaciones.
La lucha contra la corrupción es una prioridad para mejorar nuestra democracia. Este año fue testigo de hechos que realmente conmovieron a los ciudadanos al registrarse hechos de latrocinio en plena crisis sanitaria, lo cual multiplicó la desconfianza de los ciudadanos hacia la clase política. ¿Cómo se recupera la confianza después de un hecho de esta naturaleza? Por lo tanto, cuando se habla de corrupción nos referimos a un asunto inherente a la calidad de la democracia, no a un hecho aislado de la misma. Mientras la clase política no demuestre que puede desactivar su apetencia por dar manotazos en contra de los bienes públicos, esta condición deficitaria no cambiará.
El otro nivel importante es la tolerancia. Tiene un escasísimo futuro una sociedad política que es incapaz de sentarse a dialogar sobre sus temas claves. Vale citar, sencillamente, a las 10 mejores democracias del mundo y se observará cómo la tendencia es por la convivencia interactuante en tópicos claves como la seguridad, la salud, la educación, las tecnologías. En el Paraguay, lamentablemente, desde el pacto de gobernabilidad no hemos visto a los liderazgos políticos sentados en torno a una mesa para definir claves del futuro, líneas esenciales, agendas impostergables.
Bastaría quizás con que se acuerden cuatro o cinco agendas básicas como las citadas, de manera que en el Congreso dejemos de tener todas las semanas el vergonzoso show de canibalismo que ya nadie puede soportar racionalmente. Debe despertar una conciencia de diálogo entre los liderazgos que logre un futuro más previsible.
Y, por último, el factor de la educación. Que conlleva la oportunidad para un futuro distinto y mejor para las generaciones que se vienen.
No es posible –en este orden– que con frecuencia nos jactemos de la estabilidad económica y de cómo ella se logró mediante la concertación histórica más allá de las tendencias gubernamentales desde el 2003 hasta hoy, lo cual es una realidad innegable, pero no hemos logrado trasladar ese clima a otra cuestión básica del Estado como es la educación. Por qué no podemos tener una estrategia que ponga –no como ha sucedido hasta hoy– a los mejores pensamientos y a la academia, a la universidad, a perfilar la educación como lo que es: el tesoro más preciado que puede abrir las puertas de un futuro de oportunidades. Si pasó con la economía, puede pasar con la educación. Solo falta voluntad, concertación, tolerancia y decisión.
Finalmente, sin una buena educación nunca habrá una buena democracia.