El obispo de Caacupé ha decidido que este año tanto las liturgias del novenario como la fiesta principal de la Virgen, del 8 de diciembre, se realizarán en el recinto cerrado del santuario, sin la participación presencial de los fieles. Por lo tanto, invitó a los feligreses a no realizar desplazamientos físicos hasta la capital serrana y a participar de las celebraciones religiosas desde sus respectivos hogares a través de los diversos medios de comunicación, como radio, televisión y redes sociales.También mencionó que el Pozo de la Virgen, sitio habitualmente muy visitado y desde donde se lleva agua bendita, estará temporalmente cerrado, “ya que es muy difícil establecer el cumplimiento de las medidas sanitarias en ese lugar”.
En el comunicado leído por los medios, el prelado pidió a todos los peregrinantes de todas las edades, en especial a los adultos mayores y a los que no tienen buenas condiciones de salud, que permanezcan en sus casas y no vayan a Caacupé. “Pastorear las peregrinaciones en condiciones normales es difícil. En pandemia es una tarea casi imposible”, reconoce el obispo. Por lo que pide la comprensión y colaboración, pues se necesita “seguir cuidando la salud de todos los fieles y de las personas que colaboran en la pastoral, la seguridad y la atención sanitaria”. La sorpresiva determinación del obispo de Caacupé tiene el respaldo de la Conferencia Episcopal Paraguaya (CEP), cuyos miembros mostraron su acuerdo con la decisión del titular de esta diócesis.
La medida también ha caído bien en las esferas del Gobierno donde existe la fuerte preocupación porque la pandemia pudiera expandirse fuertemente en las grandes aglomeraciones sociales, como las que habitualmente se dan durante la festividad mariana. Para Salud Pública puede representar un dolor de cabeza menos, aunque falta determinar quién se encargará de frenar a la gente que a pesar de la medida eclesiástica quiera peregrinar hasta Caacupé.
A pesar de que el nivel de contagios y el número de fallecidos por covid-19 han bajado levemente con relación a los picos alcanzados en meses anteriores, en promedio se mantienen aún altos. La enfermedad continúa haciendo estragos en la población y el relajo de la conducta social constituye un detonante muy peligroso, que puede traer consecuencias muy desagradables.
Estos son elementos que deben convencer a las autoridades nacionales de que no se puede seguir descuidando la vigilancia del cumplimiento de las normas sanitarias, como ha venido ocurriendo, aunque ahora no se vayan a hacer las peregrinaciones de masa al santuario mariano. Y está por verse si los habituales peregrinantes dejarán de concurrir a Caacupé por pedido del prelado local.
Como máxima autoridad jurídica en la conducción del país, el Gobierno es el encargado de tomar las medidas para que se realicen los controles del comportamiento del grupo de gente que intranquiliza con su indisciplina a las autoridades sanitarias. Si hasta ahora no ha encarado la vigilancia que impida los desbordes, es el momento de que tome las medidas necesarias para no permitir situaciones extremas que lamentar.
La petición de la Iglesia de que la gente no concurra a la capital cordillerana en estas fiestas es una oportunidad para que las autoridades nacionales tomen las medidas necesarias, con la energía y prudencia que requiere la convivencia social. Las autoridades de Salud deben dejar de quejarse contra la indisciplina social como si fuera algo que no les incumbe y deben ejercer la vigilancia que se requiere para disciplinar la conducta de los más díscolos, en aras de la situación sanitaria y la seguridad de las mayorías del país.
En esa tarea, los ministerios de Salud Pública y del Interior deben trabajar de manera conjunta y de una vez por todas abocarse a realizar el control del cumplimiento de los protocolos sanitarios.
La autoridad eclesiástica ha tomado una acertada medida en aras de la salud de sus feligreses. Este hecho facilitará la tarea de las autoridades sanitarias que no tendrán otro frente de batalla más. Pero eso no implica que el Gobierno no deba ejercer la necesaria vigilancia ante el relajo de las conductas. No corresponde quejarse sin hacer nada efectivo para frenar la indisciplina. Hay que ponerse manos a la obra y actuar.