Julio ha sido uno de los meses más complicados por la gran cantidad de contagiados del covid-19, el más alto número de decesos producidos por la enfermedad y la conciencia de su grave impacto en la vida económica del país. Debido a los delicados sucesos de estos 31 días y sus consecuencias, el Paraguay ha percibido en carne propia la gravedad alcanzada por la pandemia y su efecto económico. Si bien la cantidad de enfermos y fallecidos no ha llegado a números muy elevados que pudieran asustar por su contundencia, sus huellas en la vida nacional son muy impactantes. En los últimos diez meses han muerto más personas y ha habido un mayor número de enfermos por causa del dengue que las víctimas del coronavirus. Pero los efectos devastadores del covid-19 en el escenario económico y social han sido tan fuertes, que debido a ellos tendremos la mayor caída económica de los últimos 70 años.
Al 31 de julio último, el número de afectados por el coronavirus en el país ascendía a 5.338 casos y 49 personas fallecidas, cifras que comparadas con las del 30 de junio muestran el extraordinario incremento de la enfermedad en el último mes. Hubo en ese lapso 3.117 nuevos contagiados (el 58,39% de total) y se produjeron 32 muertes, el 65,3% de los fallecidos desde marzo pasado. Teniendo en cuenta los números de bajas y casos, julio ha sido el peor mes en esta difícil aventura de la pandemia. Y, por lo que se ha estado viendo, en agosto puede continuar esa tendencia ascendente, a menos que ocurra algo parecido a un milagro.
También en el mes pasado se ha visto la más fuerte reacción ciudadana contra el freno a la apertura de la actividad económica con los lamentables hechos acontecidos en Ciudad del Este, la capital del departamento con más casos de la enfermedad. Como un ejemplo de las contradicciones de nuestra sociedad, la zona con más muertos y contagiados es la que menos conciencia demostró de la necesidad de acatar las nuevas disposiciones estatales para que no se expanda más aún la pandemia. Aunque no se puede justificar ningún tipo de violencia, es entendible lo acontecido debido a la desesperación de vastos sectores y a la angustia que produce la incertidumbre económica en que se vive.
Los acontecimientos violentos registrados en la capital altoparanaense también han sido una lección para todos. Lastimosamente, se tuvo que recurrir a la violencia para que las autoridades reviertan algunas medidas que podrían haberse tomado con antelación teniendo en cuenta el golpe que significaba la vuelta atrás en la apertura. Porque demostró la lamentable enseñanza que solo con hechos violentos se pueden conseguir algunos objetivos y que el Gobierno tiene la debilidad de ceder ante la fuerza, sin importar los modos de los reclamos.
No sabemos si agosto será peor a julio y nadie creíble ha pronosticado qué podrá pasar de ahora en adelante. La medicina no es una ciencia de la adivinación, por lo que ningún médico se atrevería a fungir de adivino sin el riesgo de hacer el ridículo.
Lo que tenemos que aprender son las lecciones que ha dejado la experiencia reciente: una de ellas, y la más importante, es que grandes porciones de nuestra sociedad todavía no han aprendido a tomar los cuidados que corresponden. La vivencia cotidiana lo está demostrando. La observación de los hechos demuestra claramente que, si queremos disminuir el número de contagiados y fallecidos, hay que redoblar la enseñanza de cómo y qué hacer para el cuidado sanitario correspondiente.
Lo que acontece en gran parte del país demuestra que no se ha hecho lo suficiente para que la gente aprenda a protegerse y que, si no se mejora ese aprendizaje crucial, seguiremos viendo crecer la cantidad de infectados y fallecidos. No nos escandalicemos por los números que crecen. Si no se realiza lo necesario para que la sociedad aprenda los cuidados necesarios y si no se la obliga a su cumplimiento, es muy difícil que no crezca el número de enfermos. Si la gente no se compromete en su vida cotidiana, seguiremos llorando más fallecidos y lamentando el aumento de infectados.