El primer día hábil de la semana se reunió en el Palacio de López la cumbre de notables con la participación de los presidentes de los tres poderes del Estado. El tema dominante fue el Plan de Reactivación Económica que encara el Ejecutivo con el nombre de “Ñapu'ã, Paraguay”, cuya principal pata coja sería la falta de suficiente financiamiento para encarar los proyectos que prevé.
Como dicha propuesta es la única tabla de salvación que tiene el país en este momento de emergencia, su aplicación exitosa es casi de vida o muerte. El plan no puede resultar indiferente a nadie y debe ser apoyado, a pesar de los cuestionamientos y errores que tiene. Es competencia de los entendidos indicar las falencias que presenta para que se hagan las correcciones, así como es obligación de los medios señalarlas para que las autoridades responsables puedan tomar las medidas necesarias.
La opinión de los organismos técnicos internacionales y de especialistas del área económica es que el Paraguay será el país menos perjudicado por la pandemia y que su recuperación económica será más rápida que la de otras naciones. Lo cual puede ser cierto. Pero eso no quita un ápice a la gravedad que tiene la coyuntura actual y los grandes esfuerzos que se tendrán que hacer para salir a flote, que es lo que en verdad importa finalmente.
El proyecto del Gobierno no cuenta con suficiente dinero para la reactivación. Por eso no tiene otra alternativa que prestar plata y aumentar la deuda pública, que se ha incrementado fuertemente en los últimos tiempos. Se habló oficialmente de que se necesitarán 350 millones de dólares, aunque se demostró que la suma requerida será mucho mayor.
Aumentar la deuda estatal ha provocado las principales críticas que recibió el plan, porque hasta ahora ya se han sobrepasado los límites existentes. Y lo que es peor, por las escasas recaudaciones, no tiene el país cómo pagar los intereses y el capital de la deuda existente, por lo que tendrá que prestar plata también para eso.
Para incrementar los empleos y mover la economía, el Gobierno plantea la realización de nuevas obras públicas. Lo cual está bien como enunciado teórico. El ministerio del ramo está abocado a numerosos proyectos de inversión y habla de crear casi 125.000 nuevos puestos de trabajo. Pero el detalle es que el Ministerio de Hacienda no cuenta con los recursos suficientes para poder hacerles frente. Hay deudas y obras que pagar que no tienen la cobertura financiera necesaria. Un ejemplo es el proyecto llave en mano de las rutas 2 y 7, cuyos pagos vencen en el año venidero y que no podrán ser cubiertos si no se obtiene dinero prestado. Lo mismo que las obras que se financian con bonos y préstamos de libre disponibilidad, como el puente de Chaco’i y la defensa costera de Pilar, que no tienen recursos para el 2021.
Como parte del Plan de Reactivación Económica se quiere hacer una reestructuración del Estado. La idea es buena. Pero no se sabe cómo se hará. Porque no se trata de modificar solo algunas estructuras sin cortar el principal problema que es el exceso de gastos.
Como se sabe, los gastos más importantes del Estado son los salarios públicos, y si decide ahorrar realmente en esa materia, tiene que disminuir el personal y echar trabajadores públicos a la calle. Medida que tendría un impacto muy fuerte, por la gran cantidad de gente que debe despedir, por lo que difícilmente el Gobierno la tome debido a sus enormes costos políticos.
En la encrucijada que se encuentra el Gobierno para la reactivación necesitará no solo apoyo político para su estabilidad. También requerirá tino y sabiduría para encaminar correctamente las medidas y valentía para adoptar algunas decisiones que serán dolorosas. No debe engañarse con falsas expectativas. Cuando la enfermedad es grave, hay que recurrir a cirugías sangrantes y dolorosas, pero necesarias para salvar al paciente.
Los partidos políticos deben actuar con cordura, dejar de lado sus apetencias de facción y apoyar las medidas para salir del mal momento. Lo que está en juego no son los intereses de un gobierno, los de uno o varios partidos, sino la suerte del país en que vivimos.