La necesidad de la vigilancia sanitaria dentro de la cuarentena inteligente que restringe, entre otras cosas, la aglomeración de personas y la posibilidad de realizar actos del culto religioso con cierto número de fieles ha suscitado una inesperada discusión. Ante la disposición impuesta por el Gobierno de permitir solo hasta 20 personas en lugares en que se celebra el culto, surgió la disconformidad del arzobispo de Asunción, quien calificó la medida de arbitraria. El ministro de Salud terció señalando que hay varios casos en el mundo en que hubo contagios en sitios religiosos que motivaron esta disposición de prudencia en el país.
La discusión ya se instaló y forma parte de la charla ciudadana, entre los que están a favor de mayores libertades para las celebraciones religiosas y los que defienden la necesidad de ser estrictos en las medidas sanitarias. Ambas posturas tienen parte de la verdad. Es necesario aclarar lo que corresponde para que la ciudadanía continúe defendiendo su libertad al mismo tiempo que cuidando su salud, pero priorizando lo urgente. Lo uno no se opone a lo otro, como puede verse analizando los hechos.
El Decreto N° 3.706, promulgado en la tarde del domingo 14 de junio, dice textualmente en su artículo 15: “La realización de actos de culto deberá llevarse a cabo garantizando 15m2 por personas y con un máximo de veinte (20) personas presentes, en base al protocolo previamente autorizado por el Ministerio de Salud Pública y Bienestar Social”. Agrega que los responsables de estos actos deben organizarlos con agendamiento previo, que deben llevar un registro individualizado de las personas que intervengan, como nombre y apellido, número de documento de identidad y número de teléfono. Indica que esos datos serán usados por Salud Pública para el rastreo de las personas en caso de que se dé algún infectado por coronavirus.
El arzobispo capitalino, días antes de promulgarse el decreto, ante versiones de la prohibición, lanzó un comunicado en que cuestionaba el límite de 20 personas por acto, considerándolo contrario a la libertad. Sin conocer el decreto, el líder religioso ya se pronunció fuertemente en contra.
Un día después de la emisión del decreto, el ministro de Salud señaló que en varios países del mundo brotes importantes de la enfermedad se dieron en lugares de culto a pesar de los cuidados higiénicos. Contó que en Corea del Sur hubo más de 5.000 casos asociados a centros religiosos, lo mismo que en Francia, en Estados Unidos y otros países donde responsables del culto y feligreses murieron a raíz de los contagios que se habrían producido en los templos.
Es bueno poner las cosas en su lugar: de las 12 diócesis, 2 vicariatos apostólicos y 1 ordinariato militar de la Iglesia Católica paraguaya, solo el obispo de una jurisdicción, el de Asunción, cuya autoridad rige dentro de los límites de la capital y parte del Área Metropolitana, ha demostrado públicamente su oposición. Por tanto, no se puede hablar de la Iglesia Católica paraguaya en general, que en cada una de las jurisdicciones eclesiásticas tiene autonomía y depende de su propio obispo, con total independencia del de Asunción. Así lo ha demostrado el responsable de la diócesis de Caacupé, quien, contradiciendo la actitud del arzobispo, mostró otra postura, la del acatamiento de la medida del Gobierno sin objeciones.
El arzobispo de Asunción, un meritorio sacerdote que fue misionero en Angola, África, probablemente se apresuró por su celo religioso. Pero acatará las reglas del Gobierno.
Las disposiciones de Salud Pública en esta fase de la cuarentena inteligente pueden ser discutidas e incluso mejoradas. Pero en ningún caso hay que ignorarlas, porque por encima de cualquier otra consideración está el interés general, que es la preservación de la salud de los que habitamos este país.
Esto lo entienden muy bien los líderes religiosos, porque son personas que están al servicio de la gente. Con toda seguridad no quieren el daño físico que podría causarles el covid-19 a sus feligreses, como ha ocurrido en otros puntos del mundo. Para los cristianos eso está más claro aún, pues, como cuenta la Biblia, el propio Cristo ha curado enfermos y ha resucitado muertos, para demostrar así su amor por la salud y por la vida.