Por razones que los historiadores sabrán explicar, en nuestro país el Día de la Madre se celebra el 15 de mayo, la jornada en que se recuerda la independencia patria, pues si el 14 se gestó el golpe de Estado, el 15 se produjo el levantamiento que nos dio la libertad. Y así como la patria es el lugar donde nacimos y al que nos sentimos vinculados por lazos históricos y de sentimiento, así la madre es la persona que nos alumbró a la vida y a la que nos une la más profunda ligazón de sangre y de afecto.
Por estos motivos no podemos olvidar que la patria es una madre acogedora, generosa, que debe garantizar una protección solidaria y completa a todos sus hijos, sin distingos ni discriminaciones. En ese sentido, los que habitamos esta nación somos hermanos, una expresión que no es una simple metáfora sino un término que implica una relación de parentesco, de afecto y solidaridad entre las personas y grupos de individuos que vivimos aquí.
El 14 y el 15 de mayo son dos días en que se escuchan habitualmente numerosos discursos y alocuciones de tono patriótico, en que se despliega la más amplia retórica de los oradores para exaltar a la patria, los colores de la bandera, las glorias del pasado. Los políticos y dirigentes sociales compiten en un torneo de quien dice cosas más bellas y conmovedoras, con numerosos lugares comunes en que se exalta lo mismo de siempre. Palabras bonitas que habitualmente dejan de lado a los hermanos que viven en esta misma patria y que necesitan que nos ocupemos de ellos para que salgan de la postración, para que trabajen y labren su vida como personas dignas.
El Día de la Madre que festejamos hoy con el ondear de la bandera de la patria, también de fiesta, implica más que una recordación histórica y de efusivo cariño para las mamás. Constituye un instante propicio para la reflexión sobre el compromiso que tiene la patria hacia todos aquellos que han sido marginados hasta hoy. Hijos de esta nación a los que debemos pasar la mano solidaria para promoverlos como personas y desarrollarlos como miembros de la sociedad común llamada patria.
Del modo en que una madre cuida la vida y el bienestar de sus hijos, de esa misma manera la patria, la mamá común de los que viven en el país, tiene que procurar la felicidad de los seres a quienes cobija en el mismo sitio físico.
En el Día de la Patria, la madre que nos cobija, debemos comprometernos por esos seres que necesitan, más que palabras bonitas, de hechos concretos, planes de desarrollo, programas de promoción social y económica.
Por razones históricas, económicas y políticas, el Paraguay es uno de los países más atrasados de la región en desarrollo económico y protección social. Es uno de los que a lo largo de su corta historia menos ha invertido en salud, educación, viviendas y desarrollo social en esta parte de América. Tiene una enorme deuda con su gente, que incluso resulta escandalosa.
Si bien en los últimos años se ha hecho un gran esfuerzo y se ha duplicado el dinero invertido en los sectores más vulnerables de nuestra sociedad, el camino recorrido es corto y el que hay que caminar resulta largo. La deuda que se tiene con los sectores más necesitados es todavía muy grande y el clamor de los sin voz es más acuciante ante la emergencia que se ha avivado ahora con la pandemia del Covid-19.
Este es uno de los principales retos que el Día de la Patria y el de la Madre tienen para las autoridades y la clase dirigente de nuestro país, que no se puede contentar con los discursos. Están obligados a ponerse a trabajar arduamente por la promoción de los que habitan el Paraguay, insistiendo en invertir más en la salud, la educación, el desarrollo económico y la promoción humana de las mayorías olvidadas y que necesitan una vida mejor.
Celebrar el Día de la Patria en este momento es sinónimo de compromiso con su gente, que es hija de la madre común llamada Paraguay.